En la mina, las mujeres cobraban la mitad solo por el hecho de ser mujeres. El sueldo para ellos era de 13 pesetas y para ellas, de 6 y media. Ellas, que querían desarrollar el mismo trabajo que sus compañeros hombres, tenían vetada la entrada a la cuenca, si se casaban eran despedidas porque su labor entonces era «la de estar en casa» y si su pareja también trabajaba en la cuenca, el salario era menor aún del ya inferior. La lista de agravios para las conocidas históricamente como ‘mujeres del carbón’ era innumerable y constante hasta que en 1941 decidieron plantar cara.

Fue en el mes de octubre de ese año cuando 39 mineras recorrieron el tramo de la cuenca al ayuntamiento de Torre del Bierzo al grito de «¿Dónde está nuestro pan?». Les adeudaban raciones de pan alegando retrasos en la recepción de la harina para elaborarlo. En la protesta en la que criticaban la falta de alimentos y pedían una solución, reclamaron también de forma implícita su derecho a un trato digno como mujeres y como trabajadoras. El alcalde no recibió bien la concentración, «montó en cólera», pero finalmente las manifestantes consiguieron su cometido, que se les reconociera su derecho «al pan».

En esa victoria histórica, hasta hace años silenciada bien por miedo o bien por olvido, participaron dos mineras cacereñas, Valentina Rosillo Fernández y Victoria Parra García. Ambas formaron parte de la revuelta y ambas, como las otra 37 mujeres, fueron sancionadas por este hecho. Así lo atestigua Abel Aparicio (León, 1980), que ha conseguido acceder a todos los expedientes del Archivo Militar y documenta el suceso en su libro ‘¿Dónde está nuestro pan?’, editado por Marciano Sonoro ediciones y presentado en la Semana Negra de Gijón.

Abel Aparicio, autor del libro '¿Dónde está nuestro pan?'

Las dos cacereñas, ambas casadas con ferroviarios, habían acabado El Bierzo como castigo por no ser ni ellas ni sus maridos fieles al régimen franquista. «A las familias que fueron fieles a la República las mandaron a Torre del Bierzo, un sitio encajonado, oscuro, no ves el sol como castigo», sostiene Aparicio.

Según recogen los documentos en los que se recogen los interrogatorios que se hicieron a todas las mujeres tras la concentración, Valentina tenía 48 años y era natural de Navalmoral de la Mata y Victoria, de 46 años y con origen también en Cáceres, pero con cierta imprecisión sobre el lugar exacto de procedencia ya que el documento la ubica en Arroyo del Puerto. Según los cronistas consultados por este diario sobre este asunto, la presumible respuesta a esta incógnita es que se tratara de un error tipográfico a la hora de documentar la procedencia y en lugar de denominar Arroyo del Puerto el propósito fuera hacer constar en realidad Arroyo del Puerco, nombre con el que se conoció a Arroyo de la Luz antes de que cambiara su nombre en 1937. Sí sostiene al respecto Francisco Javier García, cronista de la localidad, que la terminación ‘del Puerto’ se barajó como alternativa de nombre (solo había que cambiar una letra) pero no llegó a prosperar. También hace mención García al apellido, Parra, como otro lazo que puede asegurar su descendencia de Arroyo de la Luz.

Estos documentos históricos también reflejan la declaración conjunta que prestaron todas para eludir la condena. Todas alegaron que se encontraban allí o habían sido reclamadas pero ninguna delató al resto. «Que en la mañana de ayer y como a las nueve de la mañana fueron al domicilio de la declarante varias mujeres con el fin de que las acompañase para ir al ayuntamiento a reclamar raciones de pan atrasadas y que las acompañó hasta la casa consistorial. Preguntada si conoció a alguna, contestó que no puede precisar cuáles eran las más interesadas», recoge la declaración de Parra.

Sobre el libro y la historia de las revolucionarias del pan que relata, Aparicio expone a este diario que su propósito es poner sobre la mesa una parte de la historia olvidada. «Lamentablemente nadie le ha preguntado por su historia, ni la hija del panadero no sabía nada, esto demuestra el nivel de miedo que se tenía a hablar, dar voz a este hecho es un acto de justicia dentro de mis pequeñas posibilidades», concluye.