Esta vez lo primero que sale de la mochila son los auriculares. De los dos, el de la derecha no funciona, solo lo hace el de la izquierda. Aún así, aguantan la batida diaria de nuestra banda sonora en la que hoy suena esto: «Yo quisiera no ver tantas nubes oscuras arriba, navegar sin hallar tantas manchas de aceite en los mares; y ballenas desapareciendo por falta de escrúpulos comerciales. Yo quisiera ser civilizado como los animales».

La canción la popularizó el cantautor brasileño Roberto Carlos, que es la melodía de nuestro recorrido del sábado por la Ribera. Al contemplar la belleza de este lugar nos damos cuenta de la implacable mano del hombre sobre el entorno natural más bello de Cáceres. En la Charca del Rey, el manantial donde El Marco nace, nos espera Sergio Cortés Merino, presidente de la Asociación Mustela, defensora de la conservación de los ecosistemas mediterráneos.

Él pone el foco en lo feo que vemos alrededor: «Es brutal la cantidad de basura, botellas de cristal, latas, bolsas... que tira la gente por aquí», cuenta atónito. Hace unos días alguien de una obra lanzó dos sacos de arena justo al lado de un grupo reproductor del tritón ibérico, una especie de anfibio en peligro de extinción, parecida a la salamandra, alargado, de cuatro patas y de color marrón. El acto incívico estuvo a punto de acabar con la pequeña colonia, que convive junto a otra de tritones pigmeos, que son verdes con manchas negras.

Por eso es necesario que sobre el manantial de Cáceres se acometa un proyecto global para su mantenimiento e incluso instalar carteles informativos que detallen la riqueza medioambiental del entorno. Que no se expanda la sensación de que el Marco se ve sumido por el abandono y que se ponga en marcha su canalización cuanto antes, sustituyendo así el canal de cemento actual que no es más que un pegote entre la suciedad y la maleza.

La Asociación Mustela desarrolla su trabajo fundamentalmente en Granada, ciudad donde Sergio residía junto a su familia. De origen cacereño, al comienzo de la pandemia se trasladó a Cáceres; aquí ha estudiado muy de cerca la Ribera del Marco, especialmente la conservación de anfibios y reptiles, campo del que es especialista.

Sergio Cortés Merino en la Ribera del Marco. SILVIA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

En este ecosistema encontramos la primera sorpresa del camino, que abre nuestros ojos como platos y nos hace reaccionar: el galápago leproso, también conocido cono tortuga acuática. El animal vive en masas de agua dulce y si viajamos por el sur de Francia, Portugal, Marruecos, Argelia y Túnez también lo podremos encontrar. Su conservación se enfrenta a los problemas de degradación de su hábitat, de su captura como mascota y de la competencia de especies introducidas por el hombre como la tortuga de orejas rojas.

Estos reptiles viven en el agua, pero se pueden desplazar por tierra para descubrir zonas nuevas. Podrían aguantar varios días sin estar en remojo buscando otros arroyos y charcas que colonizar. Se adaptan a ríos de alta montaña, aunque es mas habitual verlos en riberas y en embalses.

El refugio

La presencia de los galápagos leprosos es positiva porque son depredadores y eso hace que regulen los ecosistemas acuáticos y se produzca en ellos una armonía. Comen anfibios, peces, libélulas e insectos. «El grande se come al chico y eso permite frenar reproducciones masivas que acabarían originando desequilibrios», indica Sergio con esa capacidad didáctica que atesora.

Hace unos días alguien de unas obras lanzó dos sacos de arena junto a los tritones ibéricos

«La Charca del Marco me sorprendió mucho», añade. No es para menos. El hecho de que la Montaña esté tan bien conservada hace que la Ribera sea un refugio de ranas, del sapo común y hasta del galápago de Florida, una tortuga fácilmente reconocible debido a las franjas rojas localizadas en ambos lados de su cabeza, que puede alcanzar los 30 centímetros y vivir hasta 30 o 40 años. Impresionante.

Pero también es fácil observar la culebra acuática o viperina, una especie de reptil escamoso que debe su nombre a su gran afinidad por las zonas húmedas y encharcadas y a su gran habilidad de nadar y bucear. Dicen que imita a las víboras pero es inofensiva. Hay muchas de ellas, y es usual encontrar en el camino de la Ribera o por Vistahermosa camisas de serpiente cuando mudan la piel, especialmente de las culebras bastarda y de herradura.

La gran mayoría de ellas son inofensivas, salvo la víbora, que es la que menos se ve. Desde luego en la Ribera no se encuentra, pero es posible que sí en La Montaña. Lo que está claro es que las que queden serían muy escasas, que están amenazadas y que tienen la misma catalogación que algunas águilas.

Son muchos los que alarman a la gente por la presencia de reptiles que aun siendo inocuos acaban fulminados por el hombre. Es cierto que ante estos animales hay que tener respeto y cuidado, pero la cordura debe imponerse.

La Ribera es también cuna de gambusias y de nutrias, éstas últimas poseen un tupido pelaje impermeable que les permite conservar el calor de su cuerpo. Son grandes nadadoras, pueden cerrar sus fosas nasales bajo el agua y permanecer hasta cuatro minutos sin salir a la superficie.

Llegamos al final de la ruta. Nos despedimos de Sergio. Cogemos los auriculares (el derecho sigue fallando) y la música cobra más sentido cuando vemos la cruel amenaza del hombre sobre la tierra. Ya lo decía Roberto Carlos : «Yo quisiera ser tan civilizado como los animales»