Por cuestiones familiares conozco el norte extremeño desde mi niñez. Viví una parte de mi vida entre la pequeña localidad de Tejeda de Tiétar, donde no llegue a nacer por casualidad y Jaraíz de la Vera, pueblos en el que pasé mi primera infancia por motivos laborales de mi padre. Posteriormente me hice verato de adopción por los lazos que hace más de cuarenta años me unen a Viandar de la Vera, el pueblo de mis vacaciones estivales, de donde es originaria mi esposa. Estas circunstancias me han permitido conocer en primera persona el mundo del tabaco, esa planta que llegó a España en el siglo XVI, junto con otros productos descubiertos en el Nuevo Continente. Un cultivo que se acabaría extendiendo por diferentes zonas peninsulares, de manera especial por la comarca verata.

A día de hoy, el cultivo del tabaco es uno de los recursos económicos más importante de la Vera, un cultivo que ha permitido que en muchos pueblos de la comarca se haya podido fijar población, en unos tiempos donde la emigración y la falta de oportunidades han despoblado gran parte la región extremeña hasta convertirla en un área importante de lo que ahora, eufemísticamente, se denomina España vaciada.

Llevo muchos años escuchando quejas de los veratos sobre cómo es posible que siendo esta comarca, junto al Campo de Arañuelo y el Valle del Alagón, los mayores productores de tabaco de España (según datos aportados en 2018 por la Organización Interprofesional del Tabaco, del total de hectáreas cultivadas en España, el 98,8% se ubican en la región extremeña, acaparando el 99% de la producción de tabaco a nivel nacional) jamás se haya instalado en estas tierras una sola fábrica de cigarrillos y sus derivados. Quizás pase con el tabaco lo mismo que ocurre con otros recursos naturales, que han convertido a Extremadura en un caladero de materias primas, que han servido para dotar de infraestructuras industriales a otras regiones españolas. Aunque hay que matizar que sí hubo algunas iniciativas que por diferentes razones nunca llegaron a cuajar.

El 27 de octubre de 1883, el Diputado por la circunscripción de Hoyos, Joaquín González Fiori, envía una carta al Ayuntamiento de Cáceres con la proposición de instalar una fábrica de tabaco en la capital, oferta que le había sido manifestada por el propio Ministro de Hacienda José Gallostra. Para ello pide el compromiso, tanto del concejo cacereño como de la Diputación Provincial para que pongan terrenos a disposición de este ambicioso proyecto. Aunque el asunto se llega tratar en pleno municipal el 31 de octubre de 1883, nunca más se supo de tan interesante iniciativa. Tendrían que pasar casi cincuenta años para que el concejal Eduardo Málaga, en julio de 1931, solicite la creación de una fábrica de tabaco en Cáceres, argumentando que la provincia cacereña producía entonces más de un millón de kilos y contaba con un centro de fermentación en Navalmoral de la Mata «en donde el tabaco queda preparado para mandarlo a las fábricas». Al igual que en la proposición de 1883 se reclamaba este tipo de industrias para enmendar el gran problema del paro que azotaba tanto a la capital como al resto de la provincia cacereña, igualmente la solicitud quedó en una mera declaración de intenciones. De esta manera hemos llegado al tiempo presente, donde mis amigos veratos siguen sin entender cómo es posible que los cigarrillos se sigan fabricando en lugares donde no se produce ni un solo kilo de tabaco, en detrimento de la industrialización de Extremadura. Yo tampoco lo entiendo.