Ante la repetida insistencia de quitar las cruces de los pueblos y de las ciudades para llevarlas al cementerio, a estas alturas de la historia, me sugiere que es una fórmula muy fina para expresar otras ideas ocultas que en este escrito no quiero nombrar. 

Pienso que, actualmente, las razones en las que se fundamentan para erradicarlas de los lugares donde fueron puestas (en muchos casos quitadas con nocturnidad, premeditación y cierta dosis de alevosía), no tienen suficiente consistencia. 

Los detractores de la cruces dicen que ese gesto sirve para que desaparezcan los símbolos que recuerdan la dictadura de Franco, y para ensalzar el triunfo de la democracia, para impulsar la liberación de la opresión, el no sometimiento a las tiranías, el triunfo del pluralismo, de la justicia, de la pluralidad,… y favorecer tantos otros magníficos valores de los que estoy muy convencido que hay que impulsarlos porque dignifican al ser humano y a los pueblos. Sin duda alguna, bien vale la pena emplearse a fondo en resaltar dichos valores con una educación adecuada y hacer gestos sociales que generen el crecimiento de la mentalidad democrática.

Pero, por lo que observo cada día no puedo dejar de exclamar: ¡qué cruz, con las cruces! Siempre oyendo la misma martingala como un mantra tibetano o una letanía católica rutinaria e inconsciente o como un estribillo machacón de un rapeado interminable; como si la desaparición de ese objeto fuese el bálsamo de Fierabrás de don Quijote, que todos los males sociales cura o un ritual mágico para conseguir rápidamente los objetivos democráticos que se pretenden.

Es verdad que muchos monumentos de cruces se erigieron en la posguerra ‘incivil’, para ensalzar el triunfo de la fe cristiana que fue cruelmente perseguida con innumerables asesinatos y con la quema y destrucción de obras de arte, conventos e iglesias… por odio a las creencias religiosas que se consideraban opresoras. 

Es verdad que se levantaron esas cruces para homenajear a los caídos que murieron en el bando ganador de la contienda, definido como oficialmente católico. Es verdad que en nombre de la religión como se consideraba en aquella época histórica, tergiversada por el nacional catolicismo, muchas personas e instituciones se aprovecharon de ella para cometer tropelías espantosas y tiranizar a los perdedores; pero ¡qué cruz! si tenemos que seguir aguantando otras cruces que siguen imponiendo los recalcitrantes que se han quedado fosilizados en aquella época que no hay que olvidar, precisamente, para no volver a cometer los mismos errores por ambas partes. 

Reconciliarse

Han transcurrido ya muchos años. El pueblo español ha sabido reconciliarse y enmendar los errores cometidos en el pasado. Se hizo una maravillosa transición, siempre mejorable, para empezar de cero olvidando las rencillas y rencores. Hasta los bandos más antagónicos se sentaron a la misma mesa a dialogar y a buscar cauces para el bien común. Y lo consiguieron. 

Quizá no fue la fórmula más perfecta, pero abrió muchas ventanas y leyes democráticas para mejorar la convivencia en respeto, pluralidad, diálogo, consenso, entendimiento, pluralismo, etc. Incluso en la transición democrática se reconvirtieron los monumentos a los caídos, que en la mayoría de los casos eran cruces que, en su origen, expresaban el deseo del descanso eterno solamente para los ganadores “muertos por la patria”. Sin embargo, en la democracia los diferentes partidos asumieron el símbolo de la cruz como elemento cultural común para acoger bajo ese signo a todos los “caídos por la patria”, sin distinción de bandos, incluyendo a los de un bando y a los del otro, a los creyentes y a los no creyentes, a los republicanos y a los de otras tendencias… y se firmó una constitución de consenso con libertad de pensamiento y con respeto a la simbología y a las costumbres dominantes del pueblo español. Después de tantos años de transición y respeto mutuo ¿A qué viene ahora tener que soportar tanta ‘mala uva’ o ‘tanta cruz’ con el machaque de quitar las cruces a toda costa?

Si la respuesta es por la ley de la memoria histórica o por la llamada memoria democrática, pienso que lo genuino de esos conceptos debería valer, también, para destacar lo que hemos construido en tantos años de democracia, todos juntos, con respeto y mirando hacia adelante. ¿Por qué remover la memoria de los juegos sucios del pasado despertando los fantasmas del odio, de las rencillas y las venganzas, en vez de fomentar la memoria histórica más reciente de los acuerdos conseguidos con armonía? Gracias a eso se consiguió mayor desarrollo económico y cultural, mayor convivencia con educación cívica, pluralismo, la libertad de ideas y de credos, la igualdad de derechos y oportunidades para hombres y mujeres, etc. ¿No es esto, también, memoria histórica y democrática más reciente y positiva? 

Hay que seguir avanzando desde lo que ya forma parte de la memoria democrática que nos recuerda las iniciativas sociales estatales, lo mismo que las iniciativas sociales de libres ciudadanos. Hay que seguir avanzando en la educación pública estatal junto a otros proyectos de libre ideario educativo concertado, que es tan democrático, público y de calidad como debe ser la educación pública cuando fomenta los valores democráticos que nos comprometen con el bien social entendido como un lugar común de convivencia, abierto a un futuro de entendimiento, creando espacios de humanización que favorezcan el crecimiento de la paz social. 

Avanzando

¿Es que acaso, actualmente, en los monumentos donde hay cruces se reúnen grupos fascistas, autoritarios, destructores de la constitución y contrarios a los derechos que nos garantiza la democracia? ¿Es que en el día a día hay masas de ciudadanos que se reúnen en torno a los monumentos de las cruces para reivindicar el nacional catolicismo y el autoritarismo de otras épocas? No hay datos sociológicamente relevantes sobre ello. No veo ningún síntoma, ni siquiera oculto, que utilice esos monumentos con cruces para reivindicar el nacional catolicismo ni la ‘memoria histórica’ de opresión, represión, autoritarismo… pues la ciudadanía actual entiende el significado histórico en su contexto y sabe diferenciar el significado de los símbolos culturales y los ve con sentido común en otro contexto más democrático y respetuoso.

En nombre de la actual memoria histórica ¿tenemos que destruir las pirámides de Egipto porque los faraones fueron unos tiranos? ¿Destruimos Mérida y el puente de Alcántara porque los romanos fueron unos invasores y unos autoritarios que mataron a los pobladores autóctonos y nos impusieron su lengua y su cultura? ¿Destruimos las obras de arte y los documentos de nuestros museos más valiosos porque hay documentos y vestigios que hablan de guerras, conquistas, poder, lujo, tiranía y falta de democracia…? 

En definitiva: después de haber conseguido unos acuerdos culturales, dejad de mover las cruces: las artísticas y las menos artísticas, pues tenemos ya suficiente con afrontar cada día los retos que tenemos los ciudadanos para sobrevivir con asertividad y para implicamos en construir una sociedad de convivencia, que sea la mejor memoria histórica que vayamos dejando a nuestros sucesores. Hoy en día, culturalmente hablando, la cruz es un símbolo equivalente al símbolo del dibujo de un corazón. Ambos son un icono de amor y generosidad cívica, que eso significa la cruz cristina tanto para quien quiera vivirlo en el contexto creyente, como para el no creyente que la lleva como colgante por su significado. De una manera o de otra se trata de contribuir a generar ciudadanos abiertos, plurales y transparentes, libres de imponer otras ataduras de toda ideología monocolor, civil o religiosa.

Es la sinrazón la que ha sometido a los pueblos. ¡Basta ya de imponer “tanta cruz” moviendo cruces del pasado, que cambiaron ya de sentido. ¿Es que para las cruces no hay un indulto o una amnistía democrática socio cultural?