La mochila que cargamos al hombro desde el 10 de febrero sigue conservando en su interior el libro de Antonio Machado del que nunca podrá desprenderse. Lleva semanas ahí dentro y ha encontrado un hueco en el pequeño agujero del bolsillo izquierdo por el que cada sábado divisa el río de Cáceres. Suele, en ese momento, detenerse en uno de sus poemas, el que habla del amor y de la fuerza de la tierra. ‘Mi corazón latía atónito y disperso. ¡El limonar florido, el cipresal del huerto, el prado verde, el sol, el agua, el iris! ¡El agua en tus cabellos! Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón al viento’.

Jabones que las lavanderas hacían con grasa animal y sosa cáustica. De sus ollas salían mazacotes que luego cortaban con facas en trocitos que utilizaban para lavar las ropas de los señores y se ganaban el jornal. Era la materia prima con la que Hermenegilda, que vivió en Santa Gertrudis, lavaba en Hinche, ella quedó viuda muy joven y con varios niños, pero con orgullo, dignidad y trabajando como una mula los sacó adelante.

Luego estaba Juana, ‘la Juanilla’, que era de Villalobos y usaba el lavadero de Valhondo y que para ganarse algún real más también vendía leche por las calles del barrio. A ellas se unía un largo listado de mujeres valientes que supieron lo que era la miseria en grado superlativo: Severiana, ‘la Patilla’, Vicenta, ‘la Farruca’, María, ‘la Cana’, vivió en la calle Piedad, lavandera de La Madrila, arrendaba los alambres para tender...; Manuela que lavaba para los militares y guardaba sus maletas, o las Galapas, hermanas lavanderas en Concejo. Eran tronco de sangre en sudor bañado, dejaban caer las rosas y los días cuando el sol arreaba impetuoso y sin piedad en el Marco durante las mañanas inacabables del mes del julio.

Muchos de sus maridos eran zapateros, curtidores, mineros o tenían huertas en la Ribera, y viviendas compartidas en Caleros; desde allí iban y venían al mercado del Foro de los Balbos y en las novenas de Jesús Nazareno siempre vendían tomates y calabazas. Lo que recaudaban lo destinaban al sostenimiento de la parroquia porque no había cacereños más generosos que los hortelanos.

Aguaderas

Los muchachos iban a recoger el agua enviados por sus padres; era un ritual convertido en fiesta, con los mulos vestidos con aguaderas sobre las que colgaban los cántaros de barro cuando no había frigoríficos ni lavadoras ni más termostato que el de la madre naturaleza.

Esos niños y niñas cumplían los 16 años y en esa edad de la adolescencia y el acné se bajaban a contemplar el río de Cáceres, buscaban peces de colores, tortugas y veían los patos, que corazón y jardín tenían cada cual a su albedrío.

Era la Ribera un huerto generoso de perfumada fruta sobre el que los hilos de la lluvia caían en primavera. De eso sabían/saben mucho los Rebollo, de cuya huerta salían/salen las mejores berzas de Cáceres, de grandes y fibrosas hojas de color verde intenso. Había todas las redondas berzas en los besos de los bancales de los Rebollo, al borde de un huerto donde la vida se suspendía por todos los siglos. Sopas y guisos, al calor de la olla en las lumbres del puente de Vadillo. Vendían en su casa, también en el mercado del Foro de los Balbos; allí estaba La Presenta que era parecidísima a la actriz Mary Santpere, siempre agradable y entregada, que residía muy cerca de Villalobos, en una calleja que da a Santiago, en una casa al lado de otra con la imagen de la Virgen. En Vadillo, el Buen Mozo, casado con Paqui, que era celadora, cultivaba alcachofas, de tierno corazón bajo sus escamas y bulbos conmovedores, como diría Neruda.

Jacoba Márquez vendía en el mercado. Fue otra mujer luchadora. Cuentan que de pequeña se levantaba con su padre a las tres de la mañana para coger los primeros puestos. La jornada se alargaba hasta las tres de la tarde. De vuelta a casa ayudaba a su madre, luego acudía a los almacenes a seleccionar el género del día siguiente.

Durante muchos años los puestos del mercado también permanecieron en la calle, en pleno Foro de los Balbos, hasta que el alcalde Díaz de Bustamante dio órdenes de que solo podía venderse dentro. Después se derribó el edificio y se construyó uno nuevo en Obispo Galarza, donde Jacoba se jubiló a los 65 años. Emprendedora como pocas, tenía grandes clientas: Mari Carmen Vázquez, la del cine Capitol, la señora Vicenta, que era mujer de Estellés, la señorita Mari Luz, de Mirón...

La Presenta vendía en el mercado del Foro de los Balbos. Era muy parecida a Mary Santpere

Los hortelanos llegaban a casa deslomados. Curaban sus manos de callos, de estrías sus dedos antes de poner la mesa: ‘Te damos gracias, Señor, por el alimento que nos has dado; haced que de él nos sirvamos siempre para nuestro bien. Gracias por todos tus dones... Te agradezco, Señor, esta alegría de la mesa’, entonaba el patriarca mientras el mediano de la casa se llevaba un mandoble por hacer burla de la escena.

El diente de león, una planta medicinal herbácea perenne. JOSÉ PEDRO JIMÉNEZ

Al amanecer, el silencio se rompía con el soplido de los medicinales dientes de león y el trino de los jilgueros que en bandada bebían el agua sanadora de la Ribera. En hilera salían los hortelanos mientras este poema de Miguel Hernández repicaba campo adentro: ‘Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento’.