La natalidad en Cáceres ha caído a más de la mitad desde 1980. Si entonces nacían en la provincia más de 14,3 niños para cada mil habitantes/año, en 2020 solo lo hicieron 6,2. Basta decir que a lo largo de las cuatro últimas décadas únicamente ha habido ligeros aumentos en cinco ejercicios (1982, 2000, 2004, 2008 y 2014), pero el resto ha encadenado descensos casi continuados. Es la radiografía que ofrecen los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que ya incluyen 2020, y que dejan una conclusión nefasta: Cáceres marca su mínimo histórico en tasa bruta de natalidad.

 Y aunque España también lleva una preocupante tendencia en picado, con 7,1 nacimientos por cada mil habitantes/año, la situación de Cáceres, con 6,2, ni siquiera alcanza la media nacional. De hecho, es la provincia nº 15 con menor tasa. Estos últimos puestos los ocupan Asturias, Burgos, Cantabria, A Coruña, Cuenca, León, Lugo, Ourense, Palencia, Las Palmas, Pontevedra, Salamanca, Tenerife y Zamora.

El número de hijos por cada mil mujeres/año ha bajado de 63 a 31 en cuatro décadas

El número de hijos por mujer sufre otro desplome en Cáceres: 1,14 en el año 2020. Nada que ver con los 2,34 que alcanzaba esta provincia en 1980. Hay un indicador más que retrata la situación y que ofrece resultados igualmente pesimistas. Se trata de la tasa bruta de fecundidad (niños nacidos por cada mil mujeres/año). En 2020 bajó hasta 31,24 en Cáceres, un nivel inédito en la serie histórica, cuando en 1980 registraba justo el doble: 63,70. Dentro del ranking provincial, Cáceres también ocupa el puesto 15º comenzando por la cola y no llega a la media nacional (32,2), que ya es de por sí reducida en el entorno europeo.

Maternidad, muy tarde

Otros datos del INE no hacen más que apoyar esta debacle. Por ejemplo, las cacereñas tienen su primer hijo a los 31,2 años de media. Hace solo dos décadas daban el paso a los 28, y hace tres décadas eran madres a los 25. En este apartado, solo hay cinco provincias por detrás de Cáceres: Burgos (32,4 años), Valladolid (32,09), Madrid (32,06), Guipúzcoa (32,01) y Palencia (32,01).

Por tanto, 2020 ha supuesto un nuevo tropiezo, cada vez más grave, en los índices que marcan el crecimiento de la población en la provincia. Además, hay que tener en cuenta los efectos de la pandemia, que dejó un aumento del las defunciones del 16% en Extremadura en 2020, y una bajada de la esperanza de vida de casi un año (81,8). Si las cifras en la región son malas, Cáceres siempre ha mostrado una tendencia incluso más regresiva por su elevado número de municipios muy pequeños. Todo ello agudiza el envejecimiento de la sociedad cacereña. «No hay una renovación de la población por la base, no nacen niños. La tendencia es realmente nefasta desde el punto de vista demográfico», subraya Antonio Pérez Díaz, profesor titular del área de Análisis Geográfico Regional de la Uex.

Pueblos de verano

Este experto profundiza en las claves y en las consecuencias, bastante serias, que supondrá la falta de nacimientos. «Los municipios más pequeños, de menos de 1.000 habitantes, son los que sufren más en profundidad estas dificultades, y ello nos lleva, además de a un problema de despoblación, que ya se produce, a un problema de despoblamiento, a la desaparición de los pueblos», advierte el profesor. «Probablemente no sufrirán una desaparición física, pero se convertirán en segundas residencias durante unas generaciones, y a la larga no se puede predecir qué pasará», argumenta.

De momento, y salvo un cambio de ciclo que llevaría muchos años, «estas tendencias se han consolidado y el proceso de envejecimiento de la sociedad cacereña va a ir agravándose, al ser también imparable la caída de la fecundidad», revela Antonio Pérez Díaz. ¿Por qué imparable? Porque no se produce por una crisis o un hecho coyuntural, «sino por un cambio cultural, por una cuestión de educación muy difícil de revertir a corto plazo».

Es la decimoquinta provincia con menor tasa bruta de natalidad y fertilidad

Se trata de una tendencia general en el mundo desarrollado. «El problema de base es el envejecimiento demográfico, por la mayor esperanza de vida y por otras cuestiones ideológicas o culturales que retrasan la edad de acceso a la maternidad. Las personas buscan una estabilidad laboral antes de tener hijos, que ciertamente es difícil de lograr en Extremadura. Además, existe una mayor cualificación de las mujeres, que tienen más aspiraciones y por eso se marchan del entorno rural. También emigrando rompen con el rol tradicional de cuidadoras», detalla el profesor.

Se van las mujeres… y los hombres

Esta emigración femenina produce al mismo tiempo un proceso de masculinización cada vez más acentuado en el mundo rural extremeño, sobre todo a edades fértiles, lo que dificulta un proyecto de vida en pareja, «que a la larga también anima a los hombres jóvenes a emigrar».

Por tanto, la caída de la natalidad «se produce por un conjunto de causas, por un totum revolutum que quienes nos dedicamos a estos temas venimos poniendo de manifiesto desde la fuerte emigración de los años 60. Como entonces no se puso ningún medio, sobre todo en temas de conciliación laboral y familiar, hemos llegado a esto», lamenta el especialista.

Cómo cambiar la tendencia

Y aunque «nunca es tarde para revertir la tendencia», hay que adoptar las medidas adecuadas si se quieren ver resultados dentro de unas «décadas». El camino lo marcan los países del norte de Europa, que han pasado de una natalidad muy baja al doble de la española. Pero no por remedios tipo ‘cheque-bebé’, que al fin y al cabo no sacan de nada, sino por «posibilidades reales de tener un horario laboral flexible, guarderías sin coste, bonos en el transporte, ayudas de acceso a la vivienda, ayudas para luz y agua…», enumera el profesor.

Otra medida de choque más rápida consistiría en incentivar el retorno de la población joven mediante empleo «de calidad», que les ofrezca «seguridad». Porque el trabajo es clave. «Solo hay que visitar los pueblos extremeños con buena economía y comprobar cómo sus calles y aulas están llenas de niños, pero de momento son muy pocos», concluye Antonio Pérez Díaz.