La Guerra Civil Española produjo daños en todos los ámbitos de la vida, y uno de los más perjudicados fue la enseñanza. De sus indeseables efectos tardó decenas de años en recuperarse porque muchos de los maestros que desaparecieron eran fruto de una etapa educativa que se caracterizó por su calidad y como consecuencia produjo frutos ubérrimos, algunos de los cuales llegaron hasta los años cincuenta.

La mayoría de aquellos maestros han sido referencia cultural y moral de los pueblos y ciudades donde ejercieron su tarea. Algunos docentes de distintas etapas educativas decidieron exiliarse, otros fueron fusilados, no menos fueron objeto de depuración y despido de sus puestos, y para muchos estudiantes supuso la interrupción de sus estudios, algunos para no volver a ellos. Durante muchos años no hubo oposiciones y si las hubo con una escasa oferta de plazas, pues la situación económica no daba para más por lo que las interinidades eran abundantes y llegaron a ser un problema que salió a la luz con crudeza en los años setenta, los célebres “penenes”.

 Acabada la guerra se llevaron a cabo exámenes que a veces no consistían más que en saludar brazo en alto y exclamar vítores al Caudillo. Puesto que algunas personas habían acabado sus estudios de magisterio pero no habían podido competir en exámenes, pasados unos años el ministerio convocó oposiciones a maestros que no tenían otro objeto que conceder una plaza definitiva a quienes llevaban algún tiempo de interinos o simplemente habían sido perjudicados por la interrupción que supuso la guerra. No será necesario hacer hincapié en las exigencias de tales oposiciones que no eran las de buscar la aptitud de los opositores sino solucionarles la vida.

Baste decir que en esta provincia el tema que les tocó en el examen escrito se titulaba ‘El Himno Nacional’. El presidente de un tribunal me contó tiempo después que una opositora aprobó y sacó plaza con una cuartilla que tituló ‘El Igno Nacional’, en la que transcribió la letra que había redactado Pemán.