El aumento de los coches en las calles, y la aglomeración de personas a las puertas de los colegios a unas determinadas horas, suponen la mejor señal de que el comienzo del nuevo curso es ya una realidad en nuestra ciudad y en todos los lugares.

El que esto suceda a mediados de septiembre no quiere decir que el mismo (el nuevo curso) no haya sido preparado desde finales del que terminó en junio. Las planificaciones, para que sean tales, tienen que ser preparadas con antelación, si responden a programaciones más amplias, supone el ir aplicando lo que correspondería a este tiempo, aunque siempre abiertos a todos los imprevistos que puedan suceder.

En cualquier empresa que tenga claro qué es lo que quiere, en cualquier institución que quiera ser efectiva en lo que hace, el tener asumidos por todos unas cuantas metas, aunque parezcan muy elementales, es algo primordial para poder trabajar en común, y también porque favorece el que al terminar puedas evaluar el trabajo realizado. Si esto no se hace, los reinos de taifas y los reyezuelos particulares campan a sus anchas haciendo lo que ellos solos creen que es lo mejor. La historia lamentablemente está llena de los fracasos de estas políticas.

El trabajo excesivo del día a día, el acabar cada jornada con un cansancio exagerado pareciéndote que no tienes tiempo para nada más, o estar deseando cambiar de ritmo con otras cosas, puede hacer que los responsables, o los equipos directivos dejen de lado esa planificación que está por encima de la labor diaria. Para que esto no suceda es necesario el trabajo en equipo, con reuniones periódicas estrictas, donde se hable de temas que van más allá de lo cotidiano.

Esto no lo puede hacer una persona sola, es necesario tener (director, jefe, obispo, o lo que sea) capacidad de escucha y que tus colaboradores estén dispuestos a aportar ideas para conseguir los objetivos propuestos, los mejores colaboradores no son los que siempre apoyan lo que dice el superior o el jefe o los que «regalan los oídos» a los mismos.

Tengo el presentimiento de que podemos hacer más en la coordinación de nuestro trabajo, el XIV Sínodo Diocesano (terminado en 2017) nos lo puso en bandeja, pero me da la impresión de que como esto se alargue más de la cuenta, el pasado sínodo se conocerá como el sínodo del ‘azucarillo’.