El olmo del Palacio de Justicia, a los pies de la Fuente del Rey, origen de la Ribera, ha muerto de grafiosis. ‘Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas’, describía Antonio Machado a nuestro paso. Imploraba antes de que lo derribara ‘con su hacha el leñador, y el carpintero’ lo convirtiera ‘en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta’; antes de que ‘lo descuajara un torbellino’ o lo ‘tronchara el soplo de las sierras blancas...’

Es otoño y el presagio de Machado se ha cumplido. Doscientos años tenía este olmo de 12 metros con el que poca justicia se ha hecho. Decapitado, hoy sirve de vertedero al paso de vecinos que utilizan lo que fueron las entrañas devastadas de su savia para arrojar basura. Van y vienen los viandantes sin reparar en el espectáculo sangriento de aquel que ha muerto y no volverá; ¿por qué escupir sobre la lápida de este cementerio a cielo descubierto? Es la inmundicia del planeta, la afrenta desoladora de la desconsideración y el abandono. 

Pandemia de los olmos que llevan en su mandíbula robusta los escarabajos y que está matando a la especie símbolo del río cacereño, cuando el colegio del Madruelo, también guillotinado, servía de comedor social para muchos niños de la posguerra. Allí te daban leche en polvo y porciones de queso americano. A los alumnos los ponían en fila para cantar el ‘Cara al sol’, antes de entrar a unas clases con maestros inolvidables como don Galo, don Florencio, don Francisco, don Pedro o don Saturnino, que siempre se mordía la lengua cuando le entraba el genio.

Alrededor, las huertas. Muchas disponían de un molino, primero movido hidráulicamente por la fuerza del agua y después con electricidad. Hasta los molinos de la Ribera de Cáceres --porque eso de Ribera del Marco es un apelativo posterior-- acudían los hortelanos y lo hacían especialmente en días de lluvia. Eran esos mismos hortelanos quienes aprovechaban el sábado para cortarse el pelo y afeitarse en la peluquería de Blázquez antes de acudir a las tertulias en el Caballito Blanco.

Los plantíos se sembraban todos los años de verduras y hortalizas y en ellos pastaban las vacas de leche; años del hambre; devastadores. En tiempos de recolección de la paja llegaban hasta las huertas carros de mulas de esos que los Santano o los Núñez utilizaban para hacer los portes, y los muchachos de las Tenerías, a cambio de algunas piezas de fruta, ayudaban a guardar la broza o a pisarla con presura para compactarla y llevarla a los pajares.

Amigos de la Ribera limpiando. SILVIA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

Muchos hortelanos disponían de terrenos concedidos por el gobierno en la zona de Cáceres El Viejo, donde cultivaban el trigo y la cebada. En verano, cuando se hacían las eras en San Blas, cada hortelano tenía asignada una parte de esa era, lo que comunmente se denominaba la parva (mies extendida para desmenuzarla). Desembarcaban los hortelanos con sus haces a lomos de sus bestias y sus carros en la estampa castiza de la trilla, mientras los críos de los barrios de la ciudad corrían con alboroto para subir a bordo de los trillos cual viaje imaginario.

En la Ribera estaba la fábrica de curtidos, que era propiedad de Vicente y de los Civantos (de la gasolinera Pasarón). En Vespas con remolque trasladaban montones de pieles del matadero de San Blas. Era una fábrica grande, que daba por una parte a las Tenerías Bajas sobre la Ribera, y por la otra a las Tenerías Altas. Desde esa pujante industria se mandaban las pieles a la zona de Elche, y era frecuente que las madres llevaran los pellejos de los borregos, que luego se ponían sobre las camas como adorno y como abrigo.

Angosto sendero

En las olmedas creció la Ribera, a orillas de la carretera que desde Fuente Rocha dirigía a los pudientes en coche hacia Madrid; sinuosa arboleda que encerraba un mundo mágico plagado de álamos negros.

Ciruelos, olivos, nogales, perales, manzanos, membrillos, granados, toneladas de laurel, zarzales que se agarraban a las paredes como ventosas y descarnaban la piedra; saucos que hundían sus raíces en el colector de Caleros.... Higueras frondosas como verdes mares de cristal hasta las que acudían por cientos en bandadas los grajos, de píleo puntiagudo y pico cónico, que al devorar las sales del fruto los salvaban de la deshidratación en festines premonitorios de la muerte.

Y al lado, los olmos... Olmos que lloran su desventura. Olmos viejos, hendidos por el rayo y en su mitad podridos, que nunca más volverán a sentir la primavera. ‘Olmos vertedero’, vaciados, descarnados; cadáveres cuyo espíritu vaga doliente por el cauce de la Ribera ensangrentada.