David García Salvador tiene 42 años y aproximadamente 5.000 pinos bajo su custodia. Entre febrero y noviembre, cada mañana acude al paraje que le adjudicó el ayuntamiento, en plena Sierra de Gata (provincia de Cáceres), para trabajar uno por uno todos los ejemplares y conseguir una producción de resina que le permita residir donde ha elegido. Porque David y su mujer se trasladaron desde el Campo Arañuelo hasta esta bella comarca del oeste cacereño con la intención, y la ilusión, de hacer allí su vida. Conscientes de que las posibilidades de empleo en el mundo rural son limitadas, David no dudó en apuntarse a un curso sobre resina. Ni él ni prácticamente ninguno de sus compañeros conocían el oficio.

El curso había sido organizado por el Ayuntamiento de Gata y se apuntaron nada menos que 54 alumnos. Fue el primer intento de reactivar un sector en auge con tanto potencial como nula producción. Aquel mismo año, el consistorio adjudicó los primeros lotes de pinares públicos (unos 5.000 árboles por persona). Los resultados fueron evidentes: 21 alumnos se convirtieron en los primeros resineros de la nueva era. Empezaron en la campaña de 2014. Hoy ya son más de 30 solo en este pueblo, y en aumento.

David está satisfecho con su nueva ocupación. «Tengo que reconocer que me lo tomo muy en serio. Voy siempre de lunes a viernes, y algunos sábados cuando toca trasladar la resina», relata. Su trabajo comienza realizando ‘picas’ al tronco: «Utilizo el bardasco para desroñar o abrir la corteza, la parte gruesa, y luego realizo una incisión con la azuela de unos 12 centímetros para que comience a salir la resina. Ponemos una pasta estimulante que retrasa la cicatrización. Cada pica expulsa resina una media de 14 días», detalla.

Durante ese tiempo, la sustancia cae a unos recipientes llamados ‘potes’ que se cuelgan del tronco. Pasadas dos semanas, y agotada la pica anterior, se abre otra nueva mientras el propio pino cierra la antigua. De modo que un resinador vuelve al mismo árbol cada 14 días, y así hasta realizar entre 9 y 10 picas a cada ejemplar por temporada. «Yo me organizo de manera que todos los días trato 500 pinos, que suman 2.500 por semana y completo los 5.000 de mi lote justo cada dos semanas. Dedico unas 4 horas diarias. Dos veces al año bajo la resina acumulada y entonces trabajo 8-9 horas por jornada durante un par de semanas. Me ayudo con un pequeño tractor que ahorra esfuerzos en el monte», cuenta David.

Los nuevos taladros que se están experimentando. CEDIDA

Estos pinos generan entre 2,7 y 3 kilos de resina por temporada (febrero-noviembre). «A falta de contabilizar la campaña de 2021, durante 2020 saqué 75 bidones que sumaron 15.000 kilos. Pagados a 1 euro más IVA salieron 16.000 euros, que libres de cotizaciones e impuestos se quedaron en unos 13.000, un poco más de 1.000 euros al mes. Y lo bueno que tiene este trabajo es que mucha gente lo compatibiliza con otro porque no te ocupa la jornada completa», matiza.

David está satisfecho con el paso que dio hace siete años. «No sabía nada de este tema, y ni siquiera tuve que arriesgar en la inversión, porque la propia empresa que nos compraba la resina nos dio un anticipo para las herramientas», desvela. Entre sus beneficios y el trabajo de su mujer como titular de una empresa de servicios, han podido vivir finalmente donde habían elegido y formar una familia en Gata. Ahora está completamente inmerso en el oficio y participa en programas de innovación que estudian métodos capaces de optimizar la producción, como por ejemplo la sustitución de las incisiones en el tronco por pequeños taladros (foto) que pueden incorporar una bolsa en la que cae la resina. «Y lo mejor, sin duda, sería que Cetarsa diera el paso a transformarla, en lugar de tener que venderla fuera de la región. A ver si llegamos a ser suficientes y lo logramos. Nos beneficiaría a todos», cuenta expectante.

Mientras tanto, David García pasa sus días en el excepcional bosque de pinos de Sierra de Gata, envueltos en olores y colores por los que muchos turistas se hacen cientos de kilómetros. «Me gusta, lo llevo bien, voy a mi ritmo, sin prisas, me siento libre para organizarme… Lo único malo es que trabajas solo, pero yo me llevo mis auriculares, me pongo la radio, me pongo música, y no necesito más». Ni más, ni tampoco  menos, «porque si no fuera por la resina, muchas familias que la trabajamos no podríamos seguir en el pueblo», concluye.