Hemos hecho oda de la Ribera, cantado sus versos, contado su carne, los amores de quienes la habitaron y escribieron la letra de sus vidas en las Tenerías. Pero hoy el Marco vomita en la cloaca del bajo fondo, donde ya nadie lanza flores. Un manto blanco de toallitas envueltas en mierda inunda las orillas del Arroyo de Concejo. Al lado, la alambrada tirada en el suelo, arrastrada por las últimas lluvias que han provocado una crecida de basura imponente y solitaria, que aumenta a lo largo de los días y dicen que puede tardar siglos en descomponerse.

Hay plásticos, botellas, colillas que lanzaron al inodoro, pero también bolsas de colostomía, que antes colocaron en la pared abdominal de tantos pacientes a través de su intestino grueso. Las heces de todos ellos se movían en sus cuerpos y salían por esas bolsas adheridas al abdomen. También, inexplicablemente, han desembocado en la Ribera. Heces del presagio de su muerte, heces de su salvación, heces de su recuperación, de noches de hospital, de quirófanos, de incertidumbre, de llanto, de sangre. Tanta soledad escondida en una bolsa que muere trágicamente en las aguas hoy convertidas en fango.

Una rata oronda acecha en el basurero del escarnio. Y así, impasible, sigue la vida y resiste este rincón que día tras día languidece. Desde que llegaron los supermercados ya no hay hortelanos, gente que quiera trabajar la tierra más allá del ocio. Y la tierra fértil se pierde, los portillos se han caído.

La cloaca es infinita porque no se amplía la Estación Depuradora de Cáceres y las aguas residuales acaban en el Marco. Es inconcebible este espectáculo de gérmenes que corren hasta el mar entre flores primorosas, rocas milenarias, nutrias, tortugas, ranas y caracoles. Aves migratorias que pese a todo siguen anidando entre sus ramas y sustentan lo que queda de este lugar mítico, bello de tan solitario.

En mitad, como un corte de raíz, asoma la ronda este, cuyas aguas no han sido canalizadas hacia el arroyo y se meten en los caminos, desde el Espacio de la Creación Joven a la carretera de la Montaña. Hace falta reverdecer ese territorio porque no hay quien mire sin rubor a este paraíso de agua dulce. Cada vez que llueve, la Huerta del Conde amanece plagada de restos, que llegan también a los olmos. Las redes que cubren los que hace un par de semanas plantaron los escritores las han robado. Y allí están los nuevos olmos, como asolados, soportando el envite, arraigando su raíz en la profundidad del vientre encarcelado mientras los otros, los centenarios, han enfermado y muerto.

La contaminación del agua se palpa a cada paso, aunque suene a melodía, aunque sus cascadas bailen en los días de fuertes tormentas. El paisaje es erosión. Con lo cual, cualquier proyecto que no pase antes por la ampliación de la depuradora está condenado inevitablemente al fracaso.

Toallitas y restos de bolsa de colostomía en el Marco. JOSE PEDRO JIMENEZ

Las aguas residuales y las de la lluvia se unen en el camino y eso no hay red que lo sustente. Dicen que quieren levantar tanques de tormenta, que son pequeñas depuradoras que servirían para recoger el agua del cielo y encauzar así parte del arroyo. Hasta que eso no se haga, todo lo demás será tirar el dinero y ahondar en el desamparo.

La Ribera ve ahora ronda, ve coches, los ruidos del claxon, el humo de los tubos de escape. ‘Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago, en un coche de agua negra. Iré a Santiago. Cantarán los techos de palmera. Iré a Santiago. Cuando la palma quiere ser cigüefla, iré a Santiago. Y cuando quiere ser medusa el plátano, iré a Santiago. Iré a Santiago con la rubia cabeza de Fonseca. Iré a Santiago. Y con la rosa de Romeo y Julieta iré a Santiago’, escribe Federico en el libro que hoy llevamos en la mochila.

‘No habrá ni coche ni abismo que enflaquezca mi heroísmo de buscarte sin cesar’, decía Amado Nervo, y es como un canto que viene a colación: recuperar lo que fue este lugar de vacas lecheras, de mosaicos de acelgas, espinacas y repollos cosidos por la Madre Tierra, y por la Madre Naturaleza, y por todas las madres que amamantaron a su hijos mientras laboraban el campo, recogían agua con los cántaros y ejercían de nodrizas y lavanderas.

El Marco no se parece al Guadiana ni al Jerte. El Marco se estrecha. Es la matriz de la ciudad monumental aunque ni la Unesco repare en su orfandad. Y que no lo haga, no sea que...

Ahora se está en el debate de qué va a ser esta Ribera, ¿va a ser un parque, un lugar de ocio? Hace años se llegó a juguetear con la idea de crear un comité de expertos formado por ciudadanos, técnicos, vecinos, universidad. No llegó a fructificar. Y entretanto, la cloaca ensancha el infierno. ‘Mi coral en la tiniebla, iré a Santiago. El mar ahogado en la arena, iré a Santiago, calor blanco, fruta muerta, iré a Santiago. ¡Oh bovino frescor de calaveras!