Francisco Hernández Jiménez es un joven cacereño nacido en el barrio de La Mejostilla en 1994 y que lleva las relaciones públicas en los genes. Quizá por ello el mundo de la noche es, desde hace tiempo, el destino profesional en el que se encuentra como pez en el agua. Él sabe lo que es poner copas, recogerlas, ir a por hielos, sacar la basura, hacer de portero… un auténtico currante.

 ¿Se ve el mundo diferente detrás y delante de una barra? «Muy diferente. La barra es el centro de atención: te ven, no ves. Para trabajar bien hay que mirar desde fuera, pensar siempre como un cliente. Trabajo los miércoles y jueves en la sala Velvet derunner’, que no es otra cosa que un ayudante de los camareros. Mi oficio es apoyar a mis compañeros en lo que necesiten. Los viernes y sábados estoy en el pub La Traviesa», explica Hernández.

¿Todos los gatos son pardos? «Todos. Hay que mimetizarse. Tu trabajo es ser parte del ocio de los demás, hay que estar en el meollo, pero cumpliendo las medidas sanitarias, por favor, todos tenemos que tener prudencia con el covid-19 para no volver atrás», contesta.

«Veo tantas cosas... podría escribir hasta una enciclopedia. Pero mi labor es ver, oír y callar», asegura

«Mi labor es ver, oír y callar. Soy una persona simpática que le gusta hablar con las personas. Escucho secretos de refilón mientras llevo a cabo mis tareas, aunque no puedo desvelar ninguno», señala con buena música de fondo.

¿Qué tiene entonces la noche que no tenga el día? Francisco sonríe cuando se le pregunta por las anécdotas que se van acumulando en su cabeza durante la vida nocturna: «Veo tantas cosas... podría escribir varios libros y hasta una enciclopedia. Pero lo digo a menudo, que yo prefiero conocer a la gente de noche que de día. Por el día todo el mundo está estresado y nervioso, en cambio por la noche todo el mundo se relaja y se divierte... somos mucho mejores por la noche. Aquí he visto de todo un poco, desde parejas que se rompieron a muchas que se formaron... de todo», cuenta.

¿Empezó muy joven a trabajar? «Con 16 años. No me gustaba estudiar pero tenía claro que no podía estar de brazos cruzados y debía aportar mi granito de arena en casa. Estuve trabajando en el campo y después probé suerte también en otros locales cacereños de ocio», apunta mientras recuerda a sus hermanos Ramiro y Saskia y a su abuela Dolores, muy especial en su día a día por los valores que siempre le ha inculcado a uno de los ya jóvenes clásicos camareros de Cáceres.