Los portales de la plaza Mayor de Cáceres, emblema de la capital, han recuperado sus rótulos históricos; portales que desde la Baja Edad Media fueron el referente comercial de una ciudad que paulatinamente crecía a extramuros. El Consorcio Histórico ha vuelto a reproducir esos rótulos, del que solo quedaba el Portal del Pan, para dar fe de la actividad empresarial que se movió en torno al que estaba considerado como el gran epicentro de la villa.

Imagen de la plaza con una de sus bandejas y cuando se podía circular y aparcar. Estado actual, sin construcción y sin tráfico. EL PERIÓDICO / SILVIA SÁNCHEZ

Los azulejos, diseñados por el escultor José Antonio Calderón, identifican los oficios por gremios. Ahora, con esta inversión de 6.000 euros, las cerámicas dibujan un recorrido por los panaderos y los escribanos, el correo o el calzado, de manera que la iniciativa enumera el Portal de la Botica, el del Relox (por el reloj que hubo en la Torre de Bujaco), los Portales de Arriba que lindan con la muralla, los Portales de Abajo, que son los que están enfrente, o el Portal Llano que también se conoció como Portal de los Plateros o de Los Escribanos. A ellos se añadían el Portal Empedrado Alto, el Portal Empedrado Bajo o el Torremochano.

Imagen de la joyería París, ahora Caymo en San Juan, y el local que ocupa el negocio 22 de la plaza. EL PERIÓDICO / SILVIA SÁNCHEZ

La plaza, es sin duda, la historia sentimental de Cáceres porque fueron sus habitantes quienes lograron su prosperidad, nombres propios como el de Felipe Berjoyo que en abril de 1946, en plena posguerra, se trasladó con su familia a un piso que era de los Valhondo y que estaba entre Singer y la pastelería La Salmantina porque se hizo con La Parada, un bar que antes fue propiedad de Juan José Redondo Pérez, que era tío de Bernardo Pozas. La Parada estaba en los arcos, en lo que posteriormente fue El Miajón. Se llamaba La Parada porque allí paraban muchos coches de línea de la provincia, que iban a La Cumbre o a Sierra de Fuentes.

El mercado en el Foro de los Balbos. EL PERIÓDICO / SILVIA SÁNCHEZ

A aquellos coches los llamaban popularmente las rubias, eran de madera, algunos descapotables que disponían atrás de una especie de balcones semejantes a las carretas del Rocío. Las rubias llegaban de los pueblos cargadas de paquetes, que luego se guardaban durante unas horas en la bodega de La Parada. A veces los viajeros venían a Cáceres de compras y también utilizaban el bar a modo de consigna.

Los callos

En La Parada servían unos callos deliciosos, hacían tencas fritas y en escabeche, gambas a la plancha y rebozadas, y redondo si lo encargaban. La Parada era otra reliquia de aquella bellísima plaza Mayor que un día tuvo Cáceres. Con su bandeja cargada de romanticismo, sus palmeras grandes y sus baldosas portuguesas donde los muchachos jugaban al corro, con los patines, y donde los muchachos cogía un tizón dibujaban cada tarde junto a los urinarios (donde ahora está la Oficina de Turismo) la figura del Guerrero del Antifaz.

Las escaleras que suben a Santa María estaban como partidas en dos porque en medio había una fuentecita donde la gente acudía a beber, pues en aquella época no había agua corriente. Por la plaza pasaban las lavanderas cargadas con sus cántaros en dirección al Camino Llano y La Concepción, donde también había fuentes en las que desde muy temprano recogían el agua.

Una imagen histórica de clientes en el mesón Jara. Imagen actual del 16-18 de la plaza que alberga el bar Tal Cual. EL PERIÓDICO / SILVIA SÁNCHEZ

Pero la plaza no era solo bella por su bella fisonomía, lo era porque era el centro neurálgico y comercial de la capital. Había en la plaza y su entorno montones de ultramarinos, el ultramarinos de Paco Durán, al lado los Casares. En el portal de la farmacia de Castel estaba el de Carlos Cordero, que después llevó su hijo Pedro. Luego estaban el de los Jabato, el de Aparicio en la calle Empedrada (o calle de los Vinos, o calle General Ezponda, vamos). Y en las Cuatro Esquinas, Regodón y los Siriri.

Y en todos ellos largas colas compuestas por pequeños y mayores, que si cola para la comida, que si cola para el picón, que si cola para el carbón, que si cola para una bobina de hilo... Y muchas cartillas de racionamiento con las que se compraba el azúcar moreno. Luego estaban la zapatería de Victorino Martín (su hijo Miguel abrió después otra en los portales), la farmacia de los Jabato, y la de Margarita Pereira, que puso allí su primera botica, los Terio, con sus lindos sombreros y sus deliciosas esencias, El Barato, el comercio de telas de Víctor García, el estanco de los Durán, el hotel Europa, y la librería de los Solano, que después se quedó Pedro Cabrera Florido y posteriormente y fue la de los Hormigo.

Eustaquio Hormigo posa con El Periódico Extremadura en su librería. Actualmente alberga el local de hostelería La Minerva. EL PERIÓDICO / SILVIA SÁNCHEZ

En la plaza hubo hasta una churrería que regentó un señor de Aliseda, estaba el Café Toledo, el mercado del Foro de los Balbos con Jacoba o La Presenta entre sus hortelanas, la panadería del señor Claudio y la señora María.

Vivían en la plaza los Casares, los Simón, que tenían panadería, Victoriano (que la casa era de Casati), don José Canal, Cándido Escribano, Mari Carmen que se casó con un Viñegra, Gordillo y todos los demás. Era la plaza el lugar donde instalaban la feria, con sus cucañas, y donde se ponía el cine de verano, y donde estaba el quiosco del señor Cruz, que era más bueno que ná porque te dejaba leer aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín.

Otro emblema de la hostelería, El Puchero, en la actualidad, cerrado. EL PERIÓDICO / SILVIA SÁNCHEZ

En los Portales estuvo primero la Frigorífica Salmantina, que vendía hielo y gaseosa, y luego pusieron Galerías Madrid. Don Juan Corcobado tuvo un almacén de piensos y luego abrió una floristería preciosa. Junto a Los Arcos, la Pensión Carretero y, al lado, un almacén pequeñito de los Bernal donde luego los hermanos Manuel y Lesmes Caballero abrieron una joyería, Inspirados en un anuncio de Radio Madrid con su mítico ‘Rin, rin, París al habla ’pusieron a su local el nombre de Joyería París. Tan bien les fue el negocio que patentaron su propia marca de reloj, el Hercar, que tanto arrasó que hasta se ganó este anuncio: ‘El Hercar, como ninguno, pregunte a quien tenga uno. El que se compra uno no vuelve a comprar ninguno». Con el tiempo traspasaron el local, que terminaría dando nombre a El Callejón, bar mítico de la movida que gestionó el jugador del Cáceres CB Toni Pedrera.

Souvenirs de hoy

A día de hoy, la plaza se presenta ante todos con una estética despejada y rasa, salpicada solo por las terrazas de los bares, una mullida zona de descanso, una fuente subterránea que se ha sometido a incontables arreglos y las letras decorativas, que tanto debate suscitaron y que ahora se han convertido en reclamo de influencers. En la actualidad, al abrigo de los soportales alberga una mayoría aplastante de negocios dedicados a la hostelería, desde que arranca en La Tula hasta que cierra en La Majá. 

Conserva en su legado histórico la confitería Isa, que ostenta con orgullo el distintivo de ser la más longeva, mantiene en pie la Casa del Mayor, reabierta ya tras la pandemia y también se ha adaptado a los tiempos de turistas y reparte ya tiendas de souvenirs para que los viajeros regresen con un pedazo material de la ciudad. 

Precisamente esos soportales que recuerdan ahora el esplendor de antaño, resguardan con sigilo otros sus grandes secretos, el cuadro de la Virgen de la Paz, también restaurado por el Consorcio y solo apto para los que miran más allá. Como todo en la vida.