Cuando volver se convierte en una necesidad esencial y valiosa para los que por motivos diversos hemos tenido que alejarnos de aquello que nos aporta la energía necesaria para seguir adelante, para avanzar y poder continuar en relación permanente con seres y lugares que nos envuelven y sustentan. Cuando volver a escribir una humilde crónica en un diario de provincias por un modesto historiador de secano supone retornar a la vida, dejar atrás un periodo oscuro donde la salud, la mala salud, nos ha querido retirar de un mundo, injusto e imperfecto, al que nos aferramos, como un salvavidas que nos mantiene a flote, cuando no queremos alejarnos de la orilla donde se encuentran nuestro orígenes y nuestras querencias. En ese preciso momento es cuando volver se convierte en un triunfo. Han sido más de cuatro meses de retiro, de reflexiones diversas, algunas tribales otras más profundas, unas más recónditas otras mas intensas, todas necesarias para encontrar sentido a la vida y a la muerte a través de esas pequeñas cosas que suceden a nuestro alrededor sin darle la importancia que realmente tienen. Pero por fin he podido volver, como canta mi admirada Mari de Chambao, «a encontrarme con vosotros y a sonreír en la mañana, a sentarme con los míos y a compartir con ellos mi alegría».  

Volver con ganas de aportar, de seguir escribiendo crónicas sobre la ciudad en la que nací y en la que vivo, en la que se trenzaron amores y amistades, las que permanecen y las que partieron. Una ciudad a la que quiero de forma serena y sincera, sin patrioterismos vacíos ni localismos excluyentes. El paisaje urbano de Cáceres es testigo fiel de mi vida. En sus calles jugué de niño y por ellas han transitado mis sueños y mis ilusiones, el espacio donde las utopías de juventud me formaron como persona y también como ciudadano del mundo, la ciudad de mis hijos y de muchos de mis compañeros de viaje. Estoy orgulloso de vivir en esta ciudad y de poder contribuir con mis conocimientos a que tanto su pasado, como su presente, puedan ser conocidos por quienes habitualmente leen estas crónicas locales, para transitar por la ciudad que pudo ser y no fue, como por la que existe sin haber pretendido serlo, todo suma y nos permite acercarnos a su rica historia y a su profundo patrimonio artístico, descubriendo a sus gentes y sus aspiraciones a lo largo de los siglos. Muy agradecido a quienes me siguen en este periódico, al que tanto agradezco que me acoja como colaborador desde hace una década. Agradecido de manera especial, a las personas anónimas que me han parado por la calle para decirme que extrañaban la ausencia de mis crónicas cacereñas, interesándose por mi salud. Agradecido a la sanidad pública, la de todos, la que me ha permitido el retorno a lo cotidiano. Para finalizar, decir que regreso con la misma ilusión del primer instante, con ganas de aportar. Como dice el añejo tango que cantaba el mítico Carlos Gardel, del que mi madre fue admiradora fiel, «… siempre se vuelve al primer amor, la vieja calle donde me cobijo, tuya es su vida, tuyo es su querer». 

*Cronista oficial de Cáceres