Las asociaciones ecologistas han demostrado que son necesarias porque si a pesar de su lucha se siguen produciendo atentados contra la naturaleza imagínense lo que sucedería si no existieran. No obstante, como en toda organización política, religiosa o civil, existen diferentes clases de personas y en el ecologismo no podían faltar los fundamentalistas siempre dispuestos al desideratum y a llevar sus decisiones a cabo frente a todo razonamiento. Lo malo es que algunos de ellos llegan a ostentar cargos de responsabilidad social o política y nos embarcan en aventuras ruinosas o al menos inconvenientes. 

Es lo que ha sucedido en Extremadura en la que la protección ambiental ha llegado a tal altura que ahora reniegan de ella hasta los que la propiciaron, alcaldes y presidentes de diputaciones y junta. Menos mal que han venido los dioses en nuestra ayuda a pesar de tanto ateo como hay por ahí. Buda ha iluminado a Salaya y le hace decir que Arropé nunca debió entrar en zona ZEPA pues ya estaba degradado y la diosa economía conduce a Vara a exigir la remodelación de las figuras de protección medioambiental de toda Extremadura. No sé si se debe deducir que es una pretensión de diseñar la zona ZEPA a su gusto pero sobre todo capaz de ser cambiada según vengan los aires. Se nos vendió en su tiempo que tanta protección llenaría nuestros pueblos de turismo ornitológico, de avistadores de pájaros, de paseantes encandilados con nuestros paisajes naturales libres de toda contaminación que ayudarían al desarrollo de Extremadura. 

La realidad nos ha dado un buen coscorrón pues nos dice que los pueblos pierden población, se empobrecen y nuestros jóvenes han de irse a lugares menos naturales, con menos pájaros pero con una economía más desarrollada que les permite rentabilizar la formación que tanto les ha costado alcanzar. Es decir, ahora se han dado cuenta de que lo que han conseguido es que tengamos menos personas pero más lagartijas.