Tiene 68 años. 39 de ellos lleva viviendo en la calle Islas Canarias de Cáceres. Ya jubilada, y con cinco hijos, no ha hecho otra cosa más que trabajar. Ahora, cuando la tranquilidad ocupaba su tiempo, el gamberrismo ha llamado a su puerta y no la deja vivir. Tampoco la deja dormir, ni concentrarse, y la ha obligado a acudir a la consulta del médico, donde le han dicho que sufre estrés y ansiedad por la situación que se ha generado a las puertas de su domicilio desde que se realizó la reforma del Parque del Príncipe.

Basilia Plaza Paule explica su caso: «Aquí antes había mucha paz; ahora ya no existe. La gente habla muy bien de las obras de remodelación de esta zona, pero lo cierto es que han colocado un pipican enfrente de mi casa y desde las ocho de la mañana están los perros ladrando. Aunque esto es un capítulo aparte porque lo más grave es otra cosa», asegura la afectada.

«Llevo ya un año con esta situación. Los jóvenes se van a beber debajo de un puente que hay más allá. A su regreso saltan las vallas del parque porque a esas horas ya está cerrado. Se ponen justo enfrente de mi dormitorio con la música a toda pastilla, gritan, discuten, a veces hay peleas...», dice mientras enseña un vídeo que ha grabado ella misma en el que se ve a un grupo de chavales miccionando. «La cuestión es que han instalado unas vallas de unas dimensiones tan bajas que entran y salen a sus anchas. Anoche fue horroroso», lamenta. 

Basi oculta el rostro por temor a represalias. "Me da miedo que me reconozcan y me agredan". Acude a este diario como último recurso, después de haber quemado todos los cartuchos y sentirse «desamparada, desasistida y ninguneada», confiesa. Aporta una retahíla de cartas, burofax y escritos que ha presentado ante distintas instancias. Ha llamado decenas de veces a la policía local, al ayuntamiento, al Cuerpo Nacional de Policía, ha puesto una denuncia en los juzgados y ha acudido al Defensor del Pueblo.

No encuentra solución. «Me he gastado 35 euros en cartas certificadas», comenta al tiempo que muestra fotos por doquier donde se ven restos de botellones, litronas, vasos, mesas y paredes del parque pintadas... Las pruebas no parecen ser lo suficientemente válidas porque los alrededores de su casa son un escenario hostil para ella. «En verano fue un dislate. Llamo y siento que me tachan de pesada», concluye a sabiendas de que el fin de semana le espera no volver a pegar a ojo.