Sabían que esto podía pasar. Desde 2014 la guerra estaba mucho más cerca, pero nunca nadie está preparado para vivirlo en primera persona. Khrystyna Mykulyak llegó a España en el año 2006, huyendo precisamente del régimen prorruso. Entonces tenía 22 años y aterrizó primero en Cuenca, la ciudad en la que reside su madre desde hace años. Pero después se enamoró de un cacereño y acabó viviendo en Cáceres, donde ha formado una familia (tiene dos hijos: uno de 5 años y otro de 15 meses). El jueves de la semana pasada, como cada día, se levantó y puso la televisión mientras desayunaba. Pero esta vez no fue capaz casi ni de mirar la pantalla. La guerra había estallado. No se lo creía.

Los primeros cinco días los ha pasado llorando. Y desde entonces vive pegada al teléfono móvil esperando noticias de los suyos (contacta con su familia todas las mañanas y todas las noches). En Ucrania vive su padre, pediatra ya jubilado que reside en Rivne, una ciudad ubicada al noroeste del país. Fue a él al primero que llamó cuando la mañana del pasado jueves vio por televisión los primeros bombardeos. «No sé qué decirte hija, estamos en guerra», sentenció.

Necesitan sacos de dormir, conservas, botiquín para los militares, medicinas y productos para bebés

Khrystyna le prometió que harían lo posible para poder sacarlo de allí, pero él se negó. «Me dijo que no se iba a mover. Los rusos han invadido mi tierra, donde nací, donde han nacido mis hijos y mis nietos», le comentó por teléfono a su hija. Y lo comprendió. Pero tiene miedo.

Su padre quería incluso unirse al ejército para combatir, pero no puede por problemas de salud. Así que ahora ayuda como voluntario. «Me cuenta que hay muchísimos ataques, que están matando a mucha gente civil y a niños», indica. Ayer -por el miércoles- bombardearon en su ciudad un hospital materno infantil y una clínica de oncología pediátrica. Además de los numerosos ataques que se producen diariamente contra edificios donde vive gente. «Al principio mi padre, cuando escuchaba las sirenas, se bajaba a los refugios, pero ya no lo hace. Por impotencia». «Si me tienen que matar, que me maten», le dice a su hija.

En Ucrania también vive su abuela, de 87 años. Para ella esta es su segunda guerra porque ya que fue testigo de la Segunda Guerra Mundial. «No entiende que esté pasando esto», asiente Khrystyna. A diario intenta contactar también con sus primos. «Están pasando mucho miedo», insiste. En su país natal reside asimismo su hermana con sus sobrinos pero, por casualidad, ella se encontraba en España en el momento en el que estalló la guerra.

Su hermana

Hacía unos días había viajado hasta Cuenca para celebrar el cumpleaños de su madre, que es a mediados de febrero. Había venido con su hija, que sufre una discapacidad, pero dejó en Ucrania a su hijo, de 22 años. Ahora no pueden volver. Y él está solo. «Mi sobrino ha querido inscribirse en el servicio militar, pero no le dejan porque no tiene experiencia. Es mentira que estén dejando alistarse a todo el mundo», recalca.

Hasta Cuenca han llegado también una prima de su madre con sus hijos, pero ellos huyendo de la guerra. Tuvieron que cruzar de Ucrania a Eslovaquia y de ahí coger un tren hasta Praga para poder llegar hasta Barcelona. En total, cuatro días de viaje. Pero el cansancio ya no importa, «lo importante es que estén bien, nos preocupaba que no pudieran salir», indica. Se calcula que el conflicto armado ha dejado hasta ahora un millón de refugiados.

Khrystyna está viviendo una guerra en primera persona pero en la distancia. Escucha a diario las historias que le cuenta su familia, que vive aterrorizada. Y no podía quedarse parada. Sentía la necesidad de ayudar. Junto a su padre ha conseguido organizar una campaña de recogida para enviar alimentos, medicamentos y ropa a Ucrania. Su progenitor se ha encargado de contactar con dos ucranianos que vendrán con un camión a recoger el material (quería venir su padre directamente, pero no puede por sus problemas de salud). Mientras tanto ella, aquí, se encargará de arreglar el papeleo para que no tengan problemas para cruzar la frontera.

Pueden llevarse a la Multitienda Cáceres el Viejo (Cuatro Lugares) o a Transilvania es tradición (Antonio Silva)

Ha colgado carteles por toda la ciudad y ha conseguido también la colaboración de dos tiendas que se encargarán de recoger el material: Multitienda Cáceres el Viejo (en la avenida de los Cuatro Lugares) y Transilvania es tradición (en Catedrático Antonio Silva). Esta última precisamente es regentada por una familia de Rumanía. «En la ciudad donde viven mis padres (frontera con Ucrania) hay refugiados y también se ven militares. Están muy preocupados», comenta la propietaria, Ana María Dragutescu.

Khrystyna almacenará después todo lo que consigan ambos establecimientos en dos locales que le han prestado, a la espera de conseguir una nave con más espacio. Además se han puesto en contacto con ella varias farmacias, dispuestas a donar medicamentos.

Se necesitan sacos de dormir, ropa térmica, botiquines de primeros auxilios para el frente militar, medicamentos básicos (antiinflamatorios, analgésicos, antibióticos, sedantes,…), comida en conservas de metal (no cristal), termos, walki-talkies o linternas autorrecargables. También ropa, alimentación y pañales para bebés. «No pido para mi familia, pido para mi pueblo, para toda Ucrania. Nos necesitan», insiste.