La despoblación está desangrando el interior peninsular. La Diócesis de Coria-Cáceres ha realizado su propio estudio para comprobar el avance del invierno demográfico en sus 8 arciprestazgos rurales (el noveno es urbano, Cáceres capital). Reúnen 155 parroquias y 216.747 habitantes (el 55,3% de la provincia). Pues bien, los de Sierra de Gata, Granadilla, Coria y Cáceres ya tienen una densidad inferior a los 12,5 habitantes/km2, una situación que la UE tipifica como «grave». Pero el de Valencia de Alcántara cae por debajo de los 8 habitantes /km2 (en concreto 3,6), un índice «severo». Ello se une al menor número de sacerdotes en las últimas décadas. Aun así, pese a dos realidades tan complejas, la diócesis mantiene a día de hoy activas todas sus parroquias, de Las Hurdes a Montánchez y de Valencia de Alcántara hasta Hervás.

EL PERIÓDICO

Estos datos han sido extraídos y analizados por el sacerdote y sociólogo Jesús Moreno, vicario de Pastoral de Coria-Cáceres, y también expuestos en un foro reciente sobre la España Vaciada en el Seminario. Constata la «alerta» de los municipios rurales, azotados «por la despoblación, la pérdida de infraestructuras y el consecuente envejecimiento». Sus análisis, basados en datos del INE, desvelan que en los arciprestazgos de Valencia de Alcántara, Gata, Granadilla, Montehermoso y Coria, los mayores de 65 años superan ya el 30% del padrón (el 28% en la diócesis). Hay dos cifras más que retratan una realidad difícil: en los municipios de menos de 5.000 habitantes del territorio diocesano (donde se centra este estudio) solo viven 42.010 personas (el 19,4% del total) y de ellas únicamente 2.548 tienen menos de 10 años. El resto se concentra en solo cinco núcleos: Cáceres, Coria, Arroyo de la Luz, Valencia de Alcántara y Montehermoso.

 «Coria-Cáceres es la diócesis más rural de Extremadura, y esto también se aprecia en su pirámide de población», señala Jesús Moreno. Al cambio de ciclo, provocado sobre todo por la caída en picado de la natalidad y el éxodo a los núcleos urbanos, se unen otros cambios sociales como la reducción de las vocaciones religiosas. Pese a todo, la cobertura se mantiene con un esfuerzo cada vez mayor de los sacerdotes. «Somos unos 120 en la diócesis, pero realmente en activo seguimos unos 70 debido a la avanzada edad de muchos compañeros», detalla Jesús Moreno. Entre ellos atienden las 170 parroquias, todas en marcha y abiertas a día de hoy. Aún no existe un templo sin misa en la diócesis.

«Ahora mismo podemos hablar de una media de tres parroquias por cada sacerdote con buen estado de salud», subraya el vicario de Pastoral. Luego la situación se ajusta según zonas, «porque no es lo mismo una comarca con muchos municipios y alquerías más próximas, por ejemplo Las Hurdes, que la zona de Alcántara y Valencia de Alcántara, y en general la Raya, donde las distancias entre pueblos son enormes», aclara el sacerdote. Además, estos religiosos tienen otras tareas como impartir clases en el Seminario o en colegios e institutos, atender a las comunidades religiosas, desempeñar labores de organización en el Obispado, atender los hospitales, los arciprestazgos… «Todo ello nos obliga a aplicar un equilibrio importante a la hora de estructurar la diócesis», indica.

De momento, en la gran mayoría de las parroquias se celebra misa todos los fines de semana, en pueblos de cierta envergadura incluso sábado y domingo, y hasta a diario. Lo más importante: estas parroquias mantienen una vida de comunidad activa, con grupos de Cáritas (91 en toda la diócesis), catequesis, voluntariado… El problema es que la media de edad de los sacerdotes de Coria-Cáceres ya está en 64,9 años, un dato que evidencia que en una década, si no hay un cambio de tendencia, no podrá mantenerse el modelo actual de las parroquias. «Los seglares deberán responsabilizarse de muchas tareas, porque el sacerdote se repartirá entre más municipios. Se trata de un nuevo modelo de comunidad parroquial, con mayor participación de todos sus miembros, que ya ha comenzado, que nosotros estamos transmitiendo en los entornos rurales, pero va poco a poco», admite el vicario de Pastoral.

Este cambio no es fácil por varias razones. «Hablar de muchos pueblos es hablar de personas mayores, de generaciones a las que les cuesta tomar la iniciativa. Están acostumbradas a no participar, a un modelo de Iglesia donde un sacerdote ofrece unos servicios religiosos y los fieles los reciben». Ahora es necesaria una mayor implicación, un carácter proactivo y cierta formación. Y aquí los adultos y los jóvenes son los que están dando el paso, pero lentamente. «Existe una desmovilización general, una baja participación social en todos los ámbitos. Atravesamos una etapa muy individualista, casi de supervivencia por las crisis sucesivas desde 2008. Hay un desentendimiento hacia lo colectivo y eso no ayuda», reconoce el sacerdote.

Tejido social aún flojo

Existe una tercera razón de peso: en los núcleos pequeños la gente se conoce y no todos se exponen a llevar una responsabilidad por miedo a las críticas. «De hecho, las mismas personas que dan el paso en Cáritas están también en la Ampa y en otros colectivos locales. En la diócesis existe aún un tejido social poco desarrollado». Y otra causa: la desmotivación colectiva. «En los años 80 existían numerosas asociaciones en los municipios que tenían un protagonismo importante a la hora de organizar la vida del pueblo (fiestas., deportes…), pero ahora son los ayuntamientos lo que se encargan de coordinar la vida pública con sus presupuestos, desde las citas culturales a las clases de zumba. La gente se ha desmotivado en general», apunta Jesús Moreno.

Y aunque muchas personas tienen una gran capacidad solidaria (en las parroquias los propios seglares organizan estos días rastrillos, rifas, ventas de dulces y mil iniciativas por Ucrania), «son experiencias muy emocionales que ya no se mantienen en el tiempo, que duran mientras salen en los medios, como la pandemia, que provocó una oleada de voluntariado y de ayuda a los mayores que no ha continuado», reflexiona el sacerdote.

En cualquier caso, son los propios habitantes de las zonas rurales los que deben promover las iniciativas en sus municipios. Pero evidentemente necesitan ayuda. «Parece que este tema comienza a tomarse en serio. El Comité Europeo de las Regiones afirma que el cambio demográfico es uno de los mayores desafíos de la UE, y pese a ello ha tenido de momento una respuesta parcial y escasamente desarrollada», destaca Jesús Moreno. De hecho, las medidas se han centrado casi exclusivamente en el envejecimiento (pisos tutelados, residencias, ayuda a domicilio…) pero no en la raíz para solventar este desequilibrio: baja natalidad, pérdida de población por razones socioeconómicas…

Discriminación positiva

Algo habrá que hacer porque en los pueblos ya no quedan ni maestros, ni médicos, ni farmacéuticos. Las únicas voces más o menos públicas y comunitarias son ya el ayuntamiento y la parroquia. En las últimas semanas se ha producido un avance que parece importante: la Asamblea de Extremadura acaba de aprobar la nueva ley de medidas sobre el reto demográfico. Plantea soluciones como los refuerzos de los servicios públicos, una fiscalidad diferenciada atendiendo a criterios de población y renta, o la incentivación económica mediante una discriminación positiva en ayudas o subvenciones…

«Es una buena noticia, sobre todo por el consenso político. Pero cualquier medida debe pasar por dotar de recursos a estas zonas para fomentar el empleo --lo único que garantiza el arraigo al territorio--, y mejorar la economía agraria», concluye el sacerdote y sociólogo.