«Te pedimos perdón Ucrania por huir, pero no teníamos más salida que dejarte. Te echamos de menos. Tenemos confianza y fe en que volveremos». Raisa Bavykina lanza esta frase entre sollozos mientras acaricia una bandera de la Unión Europea. La acaricia como se acaricia a un hijo que está postrado en la cama de un hospital. La toca con los dedos, entrecruza con ellos sus pliegues. La palabra bandera cobra todo su significado sobre el regazo de Raisa que antes de la invasión de las tropas de Putin vivía en Mykolaiv, la ciudad donde los muertos continúan apilándose en la morgue.

Mykolaiv, al sur de Ucrania, en las proximidades de la desembocadura del río Dniéper, en el mar Negro, sigue sumando cadáveres, pero Raisa confía en que algún día regresará a la habitación de su casa. «Entonces colgaré en la pared una fotografía de todos ustedes, de ustedes con nosotros, para que quede constancia eterna de lo mucho que han dado por nosotros y para recordar este camino».

Raisa habla en un descanso que realiza la expedición de seis convoys de la que forman parte los policías locales de Cáceres, Miguel Ángel Pulido y Chema Melchor. Vienen de regreso con 23 refugiados que se repartirán entre Sevilla, Rota y Zamora. Esa foto de la que habla Raisa está tomada camino de Francia. Aparecen los compatriotas y los voluntarios que junto a esa bandera de la Unión Europea ondean también las de España y Ucrania.

El dibujo de uno de los niños. EL PERIÓDICO

«Hemos llegado a punto de terminación de un camino y ahora toca iniciar uno nuevo para empezar una nueva vida», asegura en su idioma Raisa mientras una traductora que los acompaña en la travesía repite en castellano sus palabras. «Nos estáis cuidando muchísimo. Nos habéis dado comida, todo lo que necesitamos. El vuestro es un trabajo sólo para gente que tiene un corazón grande y en nuestro corazón hay sitio para cada uno de vosotros. Nadie pensaba en Ucrania que esto podría pasar». En Ucrania hay cantidad de gente que no puede salir, militares y hombres». En ese momento Raisa se viene abajo.

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Una mujer agarra fuerte a su nieta, una pequeña con trenzas que huye del horror. «Os deseo paz; salud. Que España no entre en guerra», añade entre lágrimas. Luego invita a todos a su casa, cuando se pueda volver.

Chema y Miguel Ángel siguen este viaje que iniciaron el miércoles pasado. Previsiblemente mañana estarán en Cáceres. Hoy tenían pensado hacer noche en Barcelona. Ha sido un largo camino. En su cartera guardan el dibujo de uno de los pequeños: aparece una furgoneta y una casa, símbolo del nuevo hogar que les espera a 3.500 kilómetros de su tierra, ahora envuelta en llamas.