Han compartido toda su vida, una larga vida... Por sus ojos ha pasado un siglo, el más azaroso de la historia. Nacieron cuando el autogiro de Juan de la Cierva conseguía elevarse 25 metros en su primer vuelo durante tres minutos, cuando el Congreso de los Soviets creó la Unión Soviética... Marcelino Testón (mayo del 1921) y Leonarda Núñez (marzo de 1922), vecinos de Torrejoncillo ahora residentes en la capital cacereña, se han convertido en la pareja posiblemente más longeva de Extremadura. No hay estadísticas oficiales, pero su familia no ha encontrado otro caso de dos ancianos que logran superar unidos los cien años.

Marcelino los cumplió en 2021. El pasado miércoles los hizo Leonarda. Llevan 76 años juntos y otros tantos que vinieran. Él está delicado de salud, pero ella atiende a la prensa con un desparpajo que muchos quisieran. Le encantan las nuevas tecnologías y supera sus problemas de degeneración macular con una tablet en la que controla su propio WhatsApp. «Si tuviera bien la vista estaría enganchada a las redes sociales», bromea su hija María del_Mar.

¿Y qué es lo más gratificante que puede contar una persona con cien años? «Que nuestra vida ha sido muy simple, pero muy feliz», confiesa Leonarda. Se conocieron en su pueblo, Torrejoncillo, donde jugaban a los bolindres, a la comba y al escondite. Cuando llegó la edad de pasar a otros juegos Leonarda y Marcelino supieron que se querían. Ella era afortunada. Su padre compró una vaca para que en casa no faltara leche, pero además puso el primer cine del pueblo. «Probábamos las películas en casa, que eran el pan nuestro de cada día. Las veíamos todas», recuerda con una gran sonrisa. Marcelino también tuvo suerte: por edad no combatió en la Guerra Civil, pero en cambio fue obligado a pasar tres años de mili en un Madrid completamente devastado, donde la falta de hombres alargó eternamente aquel primer reemplazo tras la contienda. Sufrió incluso hambre, «y se aprovisionaba cada vez que podía volver al pueblo», revela Leonarda.

Cuando Marcelino regresó definitivamente, se casaron en Torrejoncillo en 1946. Leonarda muestra risueña su foto de boda, con un vestido «precioso» confeccionado en Madrid a juego con los zapatos y las flores, del mismo tejido. Marcelino estaba impecable. Pero si se les pregunta por un día que nunca olvidarán, como buenos torrejoncillanos recuerdan con orgullo el momento en que recibieron el estandarte de la Inmaculada como mayordomos de la Encamisá, la fiesta de la pólvora, las salvas y los caballos, una fiesta tan ancestral que nadie conoce su origen a ciencia cierta.

Marcelino y Leonarda se dedicaron al cuidado del ganado en grandes fincas. Y así llegaron sus tres hijas, María Jesús, Isabel María y María del Mar. La familia vivía donde estuviera Marcelino para mantenerse siempre unidos, pero aquellos padres pronto tuvieron claro que el mundo cambiaba y que sus hijas debían formarse. «Cuando llegó la edad, la mayor entró en el internado de las Carmelitas y la segunda en el Sagrado Corazón. Me daba mucha pena, pero entendía que era lo que debía hacer», explica Leonarda. Mientras, la pequeña había aprendido sola a leer y escribir mirando la primera tele que su padre enchufaba a la batería del tractor en una finca de la Raya. Aquella niña se acaba de jubilar hoy como profesora de Lengua, Literatura y Francés (apuntaba maneras), su hermana mayor ha ejercido como enfermera, y la mediana como catedrática de Historia. Son el orgullo de la pareja, que además tiene siete nietos y dos bisnietos.

En su casita de Santiago

Marcelino y Leonarda repasan su vivencias desde una casita blanca, con patio y con flores, cerca de la iglesia de Santiago. Hace unos años dejaron el pueblo para venirse a la ciudad donde viven sus hijas, a condición de encontrar un hogar así. La fortaleza de ella sorprende. «No creas hija, que ya me han operado tres veces de la tripa y tomo cinco pastillas diarias», cuenta, como si eso fuera demasiado para su currículo sanitario. El coronavirus les ha supuesto una doble experiencia. Por un lado, el confinamiento les ha recordado los tiempos de guerra. Por otro, «estamos agradecidos porque todos se han portado muy bien con nosotros, hasta nos pusieron las vacunas sin bajarnos del coche».

La existencia les ha dejado momentos tristes, como las enfermedades de sus hermanos. También reflexiones: «Con tantos avances como hay ahora, la gente no para, se agobia, son muy independientes, no quieren hijos. Antes llevábamos una vida tranquila y familiar», reconoce Leonarda entristecida. Pero rápidamente le vuelve la sonrisa cuando se le pide una canción entre un siglo entero de discografía. No duda. Machín. No podía ser otra: «Toda una vida».