El clamor del toque lento de las campanas suena en punto a las cuatro y media de la tarde en la torre de la iglesia de San Juan de Cáceres. Dentro, amigos y familiares. Fuera, el féretro del cuerpo ya sin vida de Pilar Murillo Díez hace su penúltimo recorrido antes de marchar al camposanto. Y lo hace como siempre había soñado: envuelta en un manto de la Virgen de la Montaña, imagen que ha vestido durante los últimos 26 años.

La marcha de la camarera de la patrona deja huella porque Pilar era una mujer que dejaba huella... cuando se echaba un cigarro mientras tomaba el pincho del mediodía, cuando tiraba de la lupa porque las gafas no sanaban sus problemas de visión, cuando preparaba la merienda, cuando reía a carcajadas mientras decía: "A mí no me saques en las fotos que siempre salgo feísima", cuando a su salida de la misa en las Hermanitas de los Pobres, con su bolso del brazo, enfilaba junto a sus amigas a la terraza del Gran Café...

En el camarín la Virgen de la Montaña luce un lazo negro. SILVIA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

Pilar fue una persona muy discreta, que se alejaba del boato y el protagonismo porque tenía muy claros sus principios. A comienzos del mes de marzo, cuando se anunció que dejaba el cargo (había cumplido en enero 91 años), concedió a este diario la última entrevista de su vida. Al despedirse por teléfono, comentó que tenía un fuerte dolor de oído del que no terminaba de recuperarse. Un jueves de hace cuatro semanas, junto a Julita Herrera, la que era su camarera auxiliar, subió al santuario sin saber que nunca más volvería a vestir a la patrona. El martes siguiente la ingresaron y el domingo falleció.

Julita ya es la nueva camarera de la Montaña (su colaboradora más estrecha será Marisa Domínguez Chanclón); ha estado 16 años junto a Pilar. De ella ha aprendido todo lo necesario para desarrollar con tino y delicadeza la labor que la cofradía le ha encomendado. Esta mañana no podía contener la emoción mientras contaba por qué eligió el manto número 54 para cubrir el féretro de su amiga. «Era una prenda que su padre donó a la patrona. Es un manto blanco, bordado y pintado por las religiosas del santuario». Se refería así Julita a las Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Inmaculada que habitaron la casa anexa al templo entre 1951 y 1986; quizá por eso la parte de atrás de ese manto lleva precisamente pintada la imagen de la Inmaculada.

En el balcón del santuario hay un crespón negro. SILVIA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

«Se trata de un manto muy delicado, que no conviene sacar a la calle, pero Pilar se lo merecía», contaba Julita. No en vano Julián Murillo, su padre, fue un faro para ella: médico, pediatra, fundador y director de la Casa Cuna, del Hospital Provincial, de la Gota de Leche y mayordomo de las cofradías del Nazareno y La Montaña.

Allí, en el santuario que tanto quiso su camarera, Julita colocó el crespón negro a la patrona, que lucía un vestido propio de Cuaresma, de color morado, estrenado la semana pasada y donado hace un año por la cacereña Marisa Antequera. Pilar (tita Pili como la llamaban sus queridos sobrinos) ya vuela alto y lo hace con el manto blanco de la patrona. Seguro que si leyera esta crónica diría: «Ay, las que me liáis»