El Periódico Extremadura

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LOS GENIOS DE LOS METALES: UNA ARTESANÍA QUE SE PIERDE

Cáceres se queda sin orfebres

Solo resisten tres orives profesionales en la provincia capaces de dar forma a estos tesoros de filigrana creados con fuego, talento y destreza desde la Edad del Bronce. Con ellos, si no hay remedio, se extinguirá el oficio

Vicente Chanquet funde la plata en su crisol de arcilla refractaria. SILVIA SANCHEZ FERNANDEZ

Reinas, princesas, condesas, embajadoras, ministras, artistas, banqueras y otras élites han lucido la orfebrería cacereña en sus mejores galas. Y junto a ellas, miles y miles de mujeres que a lo largo de la historia han destinado sus ahorros más preciados a adquirir el aderezo típico del traje regional y otras joyas semejantes para su mejor ajuar. Dice quien más sabe de orfebrería cacereña, el historiador Juan Valadés, director del Museo de Cáceres, que existen importantes hallazgos arqueológicos de piezas de oro desde la Edad del Bronce, «y en tiempos posteriores destacan tesoros como los de Aliseda o Serradilla, en los que el granulado y la filigrana aparecen con fuerza como técnicas decorativas». Esta tierra de manos sutiles, habilidosas, sabias, está a punto de perder una de sus técnicas artesanas más ancestrales. Solo tres orives siguen cultivando el arte de la orfebrería en Cáceres, sin aprendices que garanticen este legado.

Vicente Chanquet en Trujillo, César Moreno Clemente y Marcelo Domínguez Frade, ambos en Torrejoncillo, son los últimos genios de la filigrana, que entre vitolas, peines, tijeras y mil pinzas van tejiendo finísimos hilos de metal que previamente han preparado, dando forma y cuerpo a pendientes, pulseras, horquillas, gargantillas, broches o galápagos cuajados de flores, media lunas, espirales, gotas, lágrimas, cabezones, cuñitas o bastones, como si de un encaje se tratara. Una sola pieza puede llevar días, semanas... Sus ojos y sus dedos son sus armas. Su creatividad, el motor que las mueve.

«Tienes que amar el metal, tienes que sentirlo, tratarlo dulcemente e ir acompañando todo el proceso», explica Vicente Chanquet en su taller de Trujillo. Es un lugar pequeño con un encanto profundo, donde el artista tiene todas sus herramientas, su maquinaria artesanal, su vida entera, su gato a sus pies... Allí guarda desde los diseños de sus antepasados a las revistas de más glamour donde las Koplowitz o la reina Sofía posan con sus pendientes. La Condesa de Romanones, con finca en Trujillo, ha adquirido sus creaciones, y junto a ella sus invitados más especiales, entre ellos Grace Kelly.

Vicente Chanquet muestra a la reina Sofía y Alicia Koplowitz con sus joyas. SILVIA SANCHEZ FERNANDEZ

Visitas oficiales a Trujillo se han llevado el talento de su arte, como presidentas de otros países, diplomáticas… El propio Pertegaz le encargó una colección de botones especiales y Wolf Vostell le pidió varios pendientes de la serie ‘Maja’ para Mercedes Vostell, e incluso le propuso unos esbozos que Vicente conserva. Ha realizado piezas para joyerías de Toledo, Salamanca, Barcelona, Sevilla, el propio Corte Inglés, Artespaña o la madrileña firma Yanes. «Tras la portada de Alicia Koplowitz, tuvimos que hacer 30 pares de pendientes iguales en oro para Estados Unidos», revela. Sin embargo, su encargo más entrañable fue la reforma de la corona de la Virgen de la Victoria, realizada con las donaciones de todos los trujillanos.

Pero cuando Vicente se emociona, cuando le brillan los ojos, no es al desvelar su clientela, sino su trabajo mismo. Le viene de casta. Los Reyes Magos le trajeron de regalo el 6 de enero de 1962 a una familia de larga tradición orfebre. Su bisabuelo Carlos Chanquet, francés de nacimiento, llegó a Zaragoza llamado por el clero para trabajar en una de las grandes coronas de la Virgen del Pilar. Se asentó en Peraleda de la Mata y mandó a su primer hijo, Hipólito Chanquet, a formarse con uno de los mejores: el maestro Luciano Morán en Ceclavín, auténtico paraíso de la orfebrería, entre 1898 y 1903. Hipólito estableció su taller en Trujillo, donde aprendieron sus hijos y luego el propio Vicente, su nieto. «Desde que acabé el colegio en la Salle quise aprender con mi padre, Luciano. Esto consiste en coger agilidad con los dedos y manejar un puzzle con cientos de piezas que debes aprender una a una», sonríe Vicente.

Tras un periplo laboral por Torrecilla de los Ángeles y Hervás, el artista volvió a trabajar en Trujillo. Las canas le permiten un análisis sosegado de una orfebrería que vive sus últimos días si nadie lo remedia. «Hemos llegado a estar 400 orives en Cáceres. El primer golpe llegó con las máquinas de fundido que llenaban las joyerías de aderezos tres veces más baratos. En casa tardábamos días en hacer uno solo con el apoyo de todos los hermanos, no podíamos competir», confiesa. Ahora bien: cuando Vicente te pone frente a los ojos un pendiente de máquina y otro artesanal, hasta el más profano observa que son el día y la noche.

Cierto es que la artesanía vuelve hoy a valorarse, pero solo se puede vivir de la orfebrería si se combina con una tienda de joyería, relojería u otra especialidad del gremio. Crear por ejemplo unos pendientes de aderezo exige varios días, debido a que los orives como Vicente preparan sus propios hilos, sus filigranas de oro, plata y otros materiales. Compra los metales preciosos a una sociedad estatal y los funde en su crisol de arcilla refractaria. Luego los pasa por el laminador y los calienta una y otra vez hasta obtener los finos hilos que necesita. El rodillo de tungsteno, el carreño y la cera van consiguiendo diámetros de incluso 0,20 milímetros, que la mano firme del orive gira y retuerce para lograr la filigrana, que será la base de sus creaciones.

Por todo ello, Vicente pide a las instituciones que no dejen morir esta sabiduría de siglos, que convoquen cursos donde puedan formarse nuevos aprendices. «Si no, en poco años esto habrá acabado». Y también morirá el aderezo artesanal, una parte importante de los trajes tradicionales extremeños, como «la gargantilla o el collar de lentejuelas, los pendientes de lazo, de penderique, de herradura, de reloj, de chozo o de calabaza, la venera, el galápago, la cruz de pebas y las horquillas», detalla Juan Valadés en su libro de investigación ‘Los orives’, donde afirma que esta artesanía «se encuentra hoy en fase de extinción».

La vocación de César

Y así es, porque además de Vicente, solo la practican de forma profesional dos artistas de Torrejoncillo. César Moreno es uno de ellos. Nació en 1972 en San Sebastián y creció en esta localidad natal de sus padres, pueblo cacereño de generosa y abundante artesanía, donde él tenía el destino prácticamente marcado a fuego: ser orfebre. «Mi bisabuelo materno, Eulalio Martín Moreno, se dedicaba a ello pero también mi abuelo paterno, Germán Moreno Gómez. Ambas ramas proceden de una misma familia que se bifurcó y que vuelve a unirse en mi persona», cuenta. Cuando terminó la escuela, su tío Vicente le animó a sumarse a un curso público de orfebrería del que era profesor (entonces sí se financiaban), y César empezó a frecuentar su taller con 14 años. Era mañoso y aquello no se le daba nada mal.

César en su taller de Torrejoncillo, que abrió con solo 18 años. TONI GUDIEL

«Desde entonces… hasta hoy», afirma este artista, que logró consolidarse y con 18 años ya tenía su propio taller. «Es un oficio que requiere mano y también mucha paciencia tanto para crear las piezas como para hacer clientela», explica, rodeado de pendientes, pulseras, anillos y otras joyas tradicionales del aderezo típico, pero también de piezas innovadoras «que voy adaptando a la época, modernizando colores y hechuras». Porque los nuevos modelos de orfebrería «tienen bastante aceptación, la gente responde, le gustan…».

Los tiempos también cambian las formas de venta. «Ya no hay solo clientela local, porque las redes sociales te permiten mostrar tu trabajo y recibir encargos desde distintos puntos de Extremadura y del país», señala. «Las nuevas tecnologías y el ‘boca a boca’ de toda la vida, hoy ayudado por el móvil para difundir vídeos y fotos, son los principales canales de difusión», comenta. Eso sí, él trabaja sobre todo para particulares. «Un aderezo te puede ocupar semanas porque se crea completamente a mano. No saldría rentable hacerlo para una tienda, ya que no es una artesanía bien pagada». Y las prisas no casan con estas artes.

César da forma solo con sus dedos a una pieza de evidente complejidad. TONI GUDIEL

Su negocio, ‘Orfebrería Artesanal César’, que combina con joyería general, funciona bien. «No me puedo quejar», comenta humilde. Pero la continuidad aún no está asegurada. Su hija va aprendiendo el oficio cuando su trabajo le deja horas libres, y se defiende bien, aunque todavía es joven para definir su futuro. «Las autoridades admiran nuestra artesanía, lamentan que se pierda, pero no ofrecen un apoyo real. Ahora mismo enseñar a un aprendiz nos cuesta dinero», advierte.

Marcelo, orive desde niño

También en Torrejoncillo trabaja el orfebre Marcelo Domínguez Frade, nacido en Gata en 1973. Su atracción por el oficio comenzó muy pronto. «Con solo 7 años ya trasteaba en el taller de mi abuelo Higinio Frade que estaba situado en nuestra casa familiar de Gata. Cuando salía de la escuela buscaba los cables de la luz que dejaban los electricistas y él me ayudaba a fundir el cobre para empezar a hacer algunas piezas». Su abuelo, huérfano de padre, se había formado nada menos que con la joyería Vasconcellos de Ciudad Rodrigo. La Guerra Civil le llevó tres años a la milicia y luego puso su negocio en el municipio serragateño.

A los 14 años, acabados los estudios, Marcelo ya estaba a diario en el taller. Recuerda siempre la compañía de Higinio, que aunque anciano no desperdiciaba la ocasión de seguir entre herramientas y metales hasta su fallecimiento. Marcelo ya era un auténtico orfebre. Cuando le robó el corazón una torrejoncillana, abrió su nuevo negocio en este municipio del Alagón de gran tradición en el gremio. «Y aquí llevo ya desde 2005», relata.

Marcelo, en Torrejoncillo. A los 7 años ya quiso aprender con su abuelo. TONI GUDIEL

Además de su taller de fabricación artesanal, donde da rienda suelta a su vocación por la filigrana, tiene joyería y relojería, «porque la orfebrería requiere mucho tiempo para cada pieza y es necesario combinarla con otras actividades del sector». Así, en ‘Orfebrería Marce’ también repara y restaura todo tipo de joyas y piezas. La clientela nunca falta. «A la gente le gustan estas creaciones tradicionales típicas, algunas exclusivas de la zona, y siguen valorando la joya hecha a mano. Hay quien te pide por ejemplo reproducir unos pendientes antiguos para que sus hijas los tengan iguales».

Marcelo usa el laminador para conseguir finos hilos de metal. TONI GUDIEL

Pero además, a Marcelo le apasionan los retos, la creatividad, «hacer nuevas piezas siguiendo un croquis, aplicando toda la experiencia de cuarenta años a fin de sacar modelos más modernos, para el día a día, con esmaltes, con una filigrana más actualizada, también más sencilla…». «Tienes que tener paciencia, delicadeza y concentración, trabajar con meticulosidad, aquí no vale correr», indica.

Y sí, el cliente lo reconoce porque en la orfebrería no hay molde, no hay copia, todo es único. De hecho, esta es la parte que Marcelo más valora de su oficio: «La exclusividad de las piezas, todavía inimitables por una máquina». 

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