El Periódico Extremadura

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el blog del cronista

Retos decimonónicos

El 15 de octubre de 1883 es nombrado, con un salario de 3.000 pesetas anuales, arquitecto municipal de Cáceres el joven Eduardo Herbás y Baeza, un valenciano que ese mismo año había recibido el título expedido por la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. El flamante arquitecto, que posteriormente también lo sería de la ciudad de Trujillo, realiza un diagnóstico sobre las urgentes necesidades que tiene Cáceres para resolver añejos problemas que impiden su tránsito hacia la modernidad, como exigían los nuevos tiempos. El informe que el arquitecto presenta a los responsables municipales, se centra en los problemas endémicos que han lastrado el futuro de la ciudad; el agua corriente, un mercado digno, un nuevo plano de la población para abordar el reto del ensanche, un matadero con garantías de higiene y por último la redacción de nuevas ordenanzas municipales adaptadas a los tiempos actuales.

En 1864 se había dictado una Real Orden para que las poblaciones de más de 8.000 habitantes ejecutasen planos de población, que sirviesen a los ayuntamientos para poder aplicar la recientemente aprobada Ley de Ensanches, un reto para el crecimiento de las ciudades debido al aumento demográfico que éstas experimentan en la segunda parte del siglo XIX. Para Cáceres se sugiere la realización de un plano de la población que sea el espejo donde mirar el futuro urbanístico de la ciudad, destacando las mejoras en la higiene de las nuevas calles que deben ser más anchas para que pierdan su aspecto tétrico y sombrío, entre la luz del sol y se facilite el comercio, argumentando que los antepasados crearon plazas fuertes y los tiempos modernos exigen plazas comerciales. Para la realización del plano en cuestión se destinan 35.000 pesetas, con cargo al Ayuntamiento, para que el arquitecto lo elabore. No se llega a confeccionar el plano y el ensanche habrá de esperar décadas hasta su ejecución.

Uno de los problemas ancestrales de Cáceres era tener un matadero municipal moderno y con las suficientes garantías, tanto de higiene como de seguridad para la población, en caso de escaparse alguna res antes de ser sacrificada. El viejo matadero situado al final de la calle Parras no cumplía con ninguna de las necesidades del momento. El arquitecto municipal solicita al consistorio buscar un nuevo sitio donde edificar el nuevo matadero, un lugar que esté fuera de la población, pero no muy apartado y donde hubiese abundancia de agua para su limpieza e higiene. Tendrían que pasar algunas décadas hasta que se hizo realidad el nuevo matadero en el cerro de Santo Vito, frente a la ermita de San Blas.

Otros inconvenientes que impiden el desarrollo de villa, según indica el arquitecto municipal en 1883, serán el del agua corriente, que en esos momentos se está tratando de solucionar a través de su traída desde las minas de fosfatos de Aldea Moret o el problema de la creación de un mercado digno que finiquitase la imagen insalubre de vendedores permanentes en la calle o en la Plaza Mayor. En este caso no sería hasta casi 50 años después cuando la ciudad tuvo su primer mercado de abastos y con respecto al agua corriente su dificultad adquirió el carácter de problema permanente. Por último había que adaptar las normas municipales a los nuevos tiempos, unas ordenanzas que en muchos casos seguían el dictado de las elaboradas en el siglo XV, ordenanzas que según el arquitecto “ las que existen son tan anticuadas y deficientes que puede decirse que no existen”. Antiguos desafíos de difícil solución en una ciudad de desarrollo lento, cuya evolución y progreso siempre se ha topado con escollos a veces insalvables.

* Cronista Oficial de Cáceres

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