Llegados a estas fechas comienza el tiempo de las revisiones y de las planificaciones. Todo el mundo con las consecuencias de diez meses de trabajo, se dispone a hacer un último esfuerzo y dejarlo todo bien preparado para cuando en septiembre comience el próximo curso. Me refiero, como podéis imaginar, al ámbito académico, aunque se pueda extrapolar a otros ámbitos.

La dichosa LOMLOE (la última ley de educación, aunque sea una reforma de la anterior) ha venido a complicar las cosas y ha añadido unas variables con las que no se contaba: los claustros andan «comiéndose los sesos» para ajustarse a las nuevas exigencias, porque las evaluaciones del presente curso ya deben seguir las normas de la nueva ley. En el 22/23 los cursos impares se implantarán con los nuevos currículos, y sobre todo con la aparición de las nuevas competencias que son como el fundamento de todo lo que vendrá después.

Dada la experiencia en este país de la duración de las leyes educativas, todo el mundo está «con la mosca detrás de oreja» porque no se sabe qué pasará. Dentro de poco más de un año habrá nuevas elecciones y la pregunta que surge es: ¿Después... qué?

¿Y la religión? ¿Cómo queda? ¡Ay la religión! La Conferencia Episcopal defendió desde el principio el dialogo con el Gobierno, y así lo ha demostrado a lo largo del periodo de tramitación de la ley. Con esta actitud consiguió un puesto en el Consejo Escolar del Estado, y propuso encuadrar la asignatura en el grupo de las que tienen relación con temas antropológicos e históricos, y así disponer de un estatus como las demás.

De los temas dialogados, la Iglesia mantiene el puesto en el Consejo Escolar, pero de los demás, nada de nada. La religión está presente en la escuela porque los padres la piden y se asegura este derecho constitucional.

Pero… una asignatura que carece de alternativa (es decir, cuando los chicos/as vayan a clase de religión los demás no tendrán nada), una asignatura cuya carga lectiva es la mínima que se puede tener (una hora semanal) y una asignatura que no es evaluable como las demás... ¿Qué futuro le podéis prever?

Contar con la profesionalidad del profesorado, seguir defendiendo el derecho de los padres a tener algo que decir en la educación de sus hijos, y creer a fondo que nuestros niños/as y jóvenes tienen derecho a que les expliquemos que la dimensión transcendental de la persona tiene que ser tenida en cuenta en su proceso educativo, es lo que nos mantiene en esta ‘lucha’.