Cuando todo desaparezca, lo único que recordaremos será lo que se hizo a mano. En este presente acelerado en el que todo es inmediato y todo tiende a ser robótico, cobra especial valor lo propio, lo verdaderamente genuino. Lo que se moldea con una pausa intencionada. Porque cuando está listo, encierra mucho más de lo que se ve. La autenticidad no tiene prisa.
El Chaflán es, precisamente, uno de esos lugares en los que sobra singularidad y tiempo. Todo lo que se encuentra en sus estanterías, en sus repisas y en sus paredes ha sido ideado a su hora, no importa cuál, por su alma máter, Marta Barroso Jiménez (Jerez de la Frontera, 1991), Martamorfismo en los círculos artísticos.
La cacereña, licenciada en Comunicación Audiovisual y dedicada íntegramente a la ilustración desde hace años, ha dado un paso al frente para que el arte que sale de su cabeza y moldean sus manos repose en un lugar visible. El espacio se ubica en la cacereña calle Roso de Luna, 4, frente a la librería La Puerta de Tannhäuser y en pleno epicentro artístico con el museo Helga de Alvear a la cabeza.
La idea de abrir El Chaflán nace, según expone la ilustradora, de «una necesidad personal tras dos años trabajando desde casa». «Necesitaba volver a conectar con la gente y salir de la burbuja de teletrabajar en un oficio tan solitario como la ilustración», sostiene. Otro de los motivos que la empujó fue «la falta de este tipo de espacios en Cáceres». Paradójicamente, frente a un mundo digital, apuesta por la «apertura física» porque la experiencia le ha demostrado que «vale más el boca a boca que todas las redes sociales». El local ejerce así de muestrario de sus ilustraciones, libretas, pañuelos y artículos de cerámica, de carta de presentación propia y de centro de talleres para la ciudad.
A las mujeres y a la tierra
Barroso forma parte de una generación comprometida con las raíces. Ejerce su particular homenaje bautizando sus piezas con los nombres de mujeres de su familia, Trini, Mercedes, Flori, Carmen y Celia o con palabras del habla regional. «Comenzó con una serie de pañuelos, me vinieron a la cabeza mi madre y mis tres tías, las cuatro son un referente en mi vida y en cuanto al extremeño, llevo aquí desde pequeña e intento tirar de la tierra y ponerla sobre el mapa», añade. Un mapa que desde esta semana suma su propia esquina del arte.