El Periódico Extremadura

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RADIOGRAFÍA DE UNA GENERACIÓN: CUANDO LA PRIMARIA ACABABA A LOS 14 AÑOS

Los lugares comunes de la EGB en Cáceres

Iban al cole mañana y tarde, jugaban en la calle y hacían recados sin sentirse estresados. Los domingos, Bruce Lee en el Coliseum, las 'arcade' en Campeón y las bambas en Estila. Así eran los niños cacereños de la EGB

Alumnos de Educación General Básica en el colegio Diocesano, que ya supera el medio siglo. CEDIDA COLEGIO DIOCESANO

Existió un Cáceres donde los niños iban siempre a pie al colegio con zapatos Gorila, carteras sin marcas, lápices Alpino, cuadernos Ancla y bolis BIC. Un bocata de embutido para las doce y por supuesto ni una botella de agua, por algo existían los grifos. Pesetas, tampoco, porque en el cole no hacían ninguna falta. Antes de la extravagancia de los móviles, la profesora llamaba a los padres solo si el niño se ponía muy malo, pero entonces los niños raras veces se ponían muy malos. Unos bajaban por Cánovas al San Antonio, al Diocesano, al San José o al Prácticas. Otros subían hacia el Licen, las Josefinas o las Carmelitas. Los barrios tenían sus buques insignias de la educación: Extremadura en Pinilla, Cervantes en Llopis, la Hispanidad en Las 300 o Gabriel y Galán en Aldea Moret... Si había ratios, eran holgadas, porque entonces a la Administración no se le ocurría mandar a un niño a dos kilómetros de casa.

En 2022 se cumplen 25 años del fin de la EGB, el ciclo de estudios primarios obligatorios que formó a todos los niños españoles entre 1970 y 1997. Entrabas con 6 años y salías prácticamente con 14. A partir de ahí, a trabajar si los estudios no eran lo tuyo. Ciertamente no resultaba fácil ‘sobrevivir’ a la EGB: entonces los padres estaban aliados con los profesores y no había fisuras por donde colarse, y aquellos maestros mandaban de verdad, aunque también enseñaban de verdad. Con motivo de este aniversario se están rindiendo algunos homenajes a un sistema del que la mayoría se siente orgullosa. Por ejemplo, acaba de reestrenarse ‘La Guerra de los niños’, mítica película de Parchís.

Alumnas en las aulas del San José durante una clase en los años 70. CEDIDA COLEGIO SAN JOSÉ

Cáceres tuvo sus propios lugares comunes que merecen un repaso. En esta ciudad, como en el resto del país, se iba a clase por la mañana y por la tarde. Quien quería extraescolares (ese nombre no existía) las empalmaba por detrás y hacía los deberes como buenamente podía. El San Antonio era el no va más en baloncesto, el Licenciados era incontestable en voley, el Diocesano siempre estuvo en el trono de los goles, y las Josefinas se batía el cobre en balonmano con Gabriel y Galán, y Nazaret, por citar algún ejemplo. Las niñas virtuosas iban al conservatorio y a Sbelta. La referencia en clases de inglés era Morgan. Los estudiantes perezosos tenían que recuperar en la academia Pizarro. Por entonces cobraron mucho peso los gimnasios de judo y kárate, y en 1984 el maestro Kim importó el tekwondo.

Intensa agenda la de aquellos niños que se las apañaban para jugar en la calle un rato todos los días, con el bocata de pan (de verdad) en una mano y los cromos de Marco, Don Quijote o ‘Naturaleza y Color’ en la otra. Además de los bolindres, la peonza, la Nancy, la comba, los Click de Famóbil, el Tente y el Exín Castillos (precedentes de Lego), y de los primeros juegos de mesa electrónicos (’Simón’, ‘Hundir la Flota’...), había que divertirse un rato fuera de casa con el cachivache de turno que se iba poniendo de moda: el hula hoop o y el disco chino de Enrique y Ana (los primeros monstruos del márketing infantil), el Blandi Blub, el cubo de Rubik o el diábolo. ¿Dónde comprarlos? Por supuesto en El Siglo, Mostazo, Sevilla, Recio o Sánchez Cortés.

Primeras 'maquinitas'

En 1976 llegó el cambio que iba a modificar el concepto de ocio infantil hasta la actualidad. Mattel lanzó la primera videoconsola portátil, ‘Electronics Auto Race’, seguida de ‘Football’.En 1980 Nintendo ideó la ‘Game & Watch’ y más tarde la ‘Game Boy’, que se hizo la dueña del mercado. Eran dispositivos que siempre repetían el mismo juego pero eso daba igual. Por entonces había tres regalos estrella de comunión y Reyes Magos: la bici, la ‘maquinita’ y el reloj Casio (con calculadora era la caña).

Chavales juegan al fútbol en el recreo del Madruelo. CEDIDA

De todos modos, eso de pasarse las horas jugando no existía. Entre cole, deberes y calle con la pandilla también había que hacer algún recado. Porque los padres, por ejemplo, no iban a la papelería. Era el propio niño el que caminaba por calles sin peligros a comprar sus encargos del cole. ¿Quién no recuerda el olor de Paule, de Punto, de Bujaco, del Noticiero, de Alicia, de la Minerva, de Cerezo, de Copi Caty...? En Aldea Moret, la señora Antonia Cacho y la señora Valentina tenían comercios que parecían una chistera: sacaban todo lo que pudieras necesitar: mercería, droguería, papelería...

Los niños de la EGB también iban a las tiendas a comprar eso que la madre había olvidado: un poco de sal, los huevos, una bolsa de leche Ilcasa procesada donde ahora se levanta la jefatura de Policía Local... Entonces los comercios no tenían nombres tan raros como Carrefour o Lidl, sino la tienda de Quini, de Regodón, de los Campones, de Jabato, del señor Trigo, de Chanclón (junto al poblado minero). A finales de los 70, Tambo abrió el primer gran supermercado en Alfonso IX con tabletas de chocolate nunca vistas, paquetes de salchichas espectaculares, pipas gigantes ¡y carros de la compra! Cáceres hacía cola para la compra de los sábados. No había nada más moderno.

Pero ojo, porque en las casas cacereñas no se comía goloseo en exceso salvo los fines de semana. La mayoría de los niños de las primeras décadas de la EGB solo tomaban Coca-Cola los domingos para comer, muchas veces sustituida por Casera. Los primeros Donuts se reservaban para desayunar el sábado viendo a 'Torrebruno'. Luego venía la sobremesa con las series japonesas que ya triunfaban: ‘Heidi’, ‘Marco’’ o ‘El perro de Flandes’. Pero en marzo de 1978 los chavales asistieron alucinados al estreno de unos dibujos distintos a los que solían consumir. Un robot gigante llamado 'Mazinger Zeta' salvaba al mundo de otros monstruos mecánicos, y su compañera Afrodita lanzaba sus pechos como cohetes. Y sí, sí había mucho de morbo en aquello. Eran otros tiempos.

Los fines de semana, con los deberes relegados hasta última hora del domingo, era el momento de explorar Cáceres. Si aún tenías edad de ir con tus padres, pasabas la tarde en Montebola, Complejo Álvarez, las Encinas, El Faro Verde, El Último Café, Temis, La Cabaña... Te pedían una Fanta para dos horas y con suerte una bolsa de El Gallo que compartías con otros niños. Ni se te ocurría meter el palillo en el pincho de tus padres y compañía. Eso formaba parte de la educación más elemental.

Luego estaban las pastelerías: Isa, Estila, Horno de San Fernando, la Salmantina, Dulcelandia... Si ibas con los mayores seguro que conseguías una bamba de nata o un trabuco. Si ibas solo, mejor optabas por un cartucho de raspaduras y ahorrabas unos duros.

Y es que a esas alturas de siglo ya se necesitaba el dinero para otros entretenimientos que venían pegando fuerte: las salas de recreativos del 2003 (Hernández Pacheco), Juegos (La Madrila), Reprise (Diego M. Crehuet) y Campeón (Santa Joaquina de Vedruna). Aquello era el reino de las 'arcade', las primeras máquinas que desde 1970 empezaron a estar disponibles en lugares públicos. Hay que ver lo básico que eran los juegos como los ‘pinball’, ‘Asteroids’, ‘Defender’, ‘Galaxian’, ‘Comecocos’, ‘Karate Champ’, ‘Donkey Kong’, ‘1942’, ‘Commando’, ‘Pole Position’ o las primeras versiones de ‘Mario Bross’ (los gráficos vistos desde hoy son para llorar), aunque muchos adultos no lo dudarían ahora y echarían una partida al ‘Phoenix’ o al ‘Galaga’ en lugar de ‘Fortnite’.

Personal del cine Coliseum, rostros conocidos por todos los ciudadanos.

Pero sobre todo y ante todo, los escolares de la EGB adoraron el cine. Cáceres se entregó a la gran pantalla hasta convertirla en el auténtico eje de su ocio y su cultura, de modo que los niños podían elegir entre cuatro salas, nada menos. Esta afición había comenzado en los años 50 y le llamaron la ‘edad de oro’ del cine o la ‘época dorada’. Durante un tiempo, la sala más grande de España fue el Coliseum, con 1.998 butacas. 

En el Gran Teatro (desde 1926), Capitol (1947), Coliseum (1962) y Astoria (1963), la generación cacereña de la EGB conoció a George Lucas, Steven Spilberg, Ridley Scott o los Monthy Phyton a través de los primeros taquillazos masivos del cine familiar, como ‘La guerra de las galaxias’, ‘Tiburón’, ‘Alien’, ‘La vida de Brian’, ‘Regreso al futuro’, ‘ET’ o la saga de Indiana Jones. Pero no olvidemos las sesiones de Bruce Lee, King Kong o Godzilla.

También eran tiempos de jugar en los parques, mucho en Cánovas, bastante en el Príncipe y también en El Rodeo, aquel gran descampado entre el Brocense y la Ciudad Deportiva, que se convertía en la opción estrella del verano para el baño en familia. Aquel recinto tenía mucho nivel para la época aunque no siempre se supo apreciar. Luego llegó la piscina del Parque del Príncipe, más pequeña aunque más ‘cool’ por lo novedoso. Pero la que realmente tenía un ambiente ‘chic’ era La Cañada, con su pista de baile modo palapa, sus fiestas nocturnas, sus toldos de cañizo, sus vestuarios impolutos y aquellos cuerpos broceados de la gente ‘bien’, que ya sabían que en julio había que lucir moreno.

Ferias y excursiones

Cuando llegaba el buen tiempo pasaban otras tres cosas fundamentales en el Cáceres de la EGB. La primera, que se inauguraban las Ferias de San Fernando, hasta finales de 1980 en Los Fratres y luego en el antiguo campo de aviación (hoy recinto ferial). Las atracciones Tena, las tómbolas del Maño, los Caballitos, el Galeón y el Tren de la Muerte disparaban la adrenalina más que un bono de una semana en Disney. Porque no había más opciones: o San Fernando o San Miguel (septiembre). Algunos niños ya podían disfrutar del Parque de Atracciones de Madrid, con cinco horas de viaje de por medio con sus padres. Las excursiones escolares de la EGB ni mucho menos llegaban tan lejos: el Palancar y Trujillo eran la máxima aventura, y Hervás en tren el summum.

Lo segundo que ocurría con el buen tiempo eran las verbenas. El movimiento vecinal cacereño comenzó a coger fuerza. Entre los 70 y los 80 vivió su esplendor. No había barrio sin carreras de bicis, sin concursos de misses o sin orquestas, que para el caso sonaban mejor que Spotify: ‘Hay que venir al sur’, de la Carrá; ‘Salta’, de Tequila; ‘Dame Veneno’, de Los Chunguitos; o ‘El Bimbó’, de Georgie Dann.

Tienda de HGH, antes el Requeté, donde las familias encontraban soluciones. CEDIDA TEÓFILO AMORES

Los cacereños conocían bien esas canciones por la tercera cosa que ocurría cuando acababan las clases: los niños acompañaban a sus padres al mercado franco de los miércoles, hasta 1988 en el Camino Llano y hasta finales de los 90 en el Rodeo. Era una cita obligada para muchos, gustara o no, porque allí las familias apañaban las zapatillas ‘delmer’ y las calzonas vaqueras para que la chiquillería tuviera lo básico en verano. Luego ya estaban las tiendas (Duque, Requeté, Nati, Vestimoda...) con trajes más compuestos. Pues bien, en la esquina de Camino Llano con Colón se ponían los tenderetes de música donde el Fary y Chiquetete eran la banda sonora, y donde los niños compraban primero las cintas de cassette de Enrique y Ana, Parchís o Nins, para evolucionar con la adolescencia a Mecano, Alaska y los Pegamoides o aquel ‘Lobo’ de la Orquesta Mondragón.

Inolvidable imagen de Harpo, donde muchos compraron sus primeros discos.

A partir de ese momento se daba el paso a las tiendas de discos. A final de la EGB, con 13 o 14 años, muchos chavales tenían un gusto musical muy desarrollado y ahorraban para hacer sus pinitos en Harpo, Ítaca, Mordisco o Muro. También comenzaban los escarceos a los pubs y a las discotecas de corte más adolescente como el mítico ‘Plató’ (Virgen de la Montaña), ‘Lorien’ (Antonio Silva) o ‘Jovenetos’ (Segura Sáez). Con tacones y barra de labios pasabas la mayoría de las veces por 16 años. En La Madrila era más difícil colarse a esas edades. Pero estas son historias de BUP, que en 2025 también cumplirá un cuarto de siglo desde su extinción, y entonces ya habrá tiempo de recordarlas. 

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