El triunfo de la ultraderecha en Italia ha levantado todas las alarmas porque no es el único país europeo en el que se ven engordar los votos de los partidos populistas tanto de derechas como de izquierdas. Ya teníamos esa ruptura en países centroeuropeos pero ahora se ha extendido a un país nórdico, con lo que esos estados significaban en el imaginario democrático, y ha llegado al sur desde Francia a Italia y a España. Los politólogos tratan de buscar las causas en años pasados e incluso tratan de culpar de todos los males a Reagan y Thatcher, sin embargo quizás no sea necesario retroceder tanto.

En el origen de todos ellos, existe una crisis económica y social de la que culpan a los partidos tradicionales a la vez que se proponen como solución a cualquier problema pues anuncian otra manera de hacer política y otra forma de gobernar. Los partidos de ultraderecha han sabido capitalizar esta clase de descontento originado por una crisis económica mundial pero con las mismas recetas: "Todos son iguales y nosotros haremos otra clase de política";, a lo que añaden delicuescentes dosis de nacionalismo y xenofobia. ¿Qué han hecho mal los partidos tradicionales? Muchas cosas pero, sin duda, el mayor error ha sido (y es) su incapacidad para elaborar un procedimiento riguroso para elegir a sus líderes y por lo tanto han llegado al poder gentes sin preparación, sin carisma, sin más ideología que satisfacer sus ambiciones y sin más programa político que el de resistir lo que se pueda.

Puesto que no existe proyecto político la gestión de gobierno se limita a poner parches a la situación que como cada día es más compleja pone de relieve sus carencias. El proyecto político de las democracias representativas está en crisis, muerto según algunos, y lo peor es que no hay líderes capacitados para ilusionar con su regeneración o con un nuevo proyecto que suscite entusiasmo y sea capaz de cohesionar a la sociedad e intente aminorar las diferencias sociales como hizo la democracia.