El Periódico Extremadura

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VIDAS ESPECIALES 3 UN DOMICILIO SINGULAR EN NUEVO CÁCERES

La niña que creció entre ocho personas con discapacidad en Cáceres: «Les debo lo que soy»

María José nació en un hogar único en el país: una vivienda tutelada por sus padres para cuidar a chicos con problemas. Han pasado casi tres décadas en Cáceres como una gran familia, y ahora ella se desvive como educadora social

María José en su primer cumpleaños, rodeada de sus ‘tíos’ (se ocultan los rostros de los que ya no están) CEDIDA

María José tiene 23 años pero carece de muchos de los ‘vicios’ de su generación. Ella nunca ha dispuesto de la tele durante horas, ni ha ocupado el salón eternamente con la consola, ni ha llenado el frigorífico con sus caprichos, ni ha atormentado con la música a todo volumen, ni ha estado una tarde en el baño mirando el móvil o probando el último maquillaje. María José ha compartido su hogar con sus ocho ‘tíos’, y ellos han compartido su vida con ella, a la que llaman ‘sobrina’. De hecho, la han visto nacer, han ayudado a darle el biberón, le han hecho el Cola Cao con galletas antes de ir al cole, le han peinado con coletas, le han escrito cartas llenas de cariño en sus cumpleaños y le han llevado al parque.

María José Tovar nació en la barriada de Nuevo Cáceres, dentro de un hogar único en España. Sus padres, José María Tovar y María José Pérez, crearon hace treinta años una vivienda tutelada para que en ella pudieran vivir y desarrollarse personas con discapacidad intelectual. Ambos han ejercido desde entonces como educadores sociales con las asignaciones públicas establecidas, pero lo han hecho como una familia más, sin temporalidades, dando a los chicos un hogar para toda la vida. «Mi padre estuvo trabajando en pisos tutelados con el padre Ángel, en Mensajeros de la Paz, y a raíz de esa experiencia le planteó a mi madre la posibilidad de crear una vivienda de acogida. Fue una idea loca de unos jóvenes convencidos de su proyecto, que llamaron Asociación Nace. Le han dedicado las 24 horas los 365 días del año, y ahora somos una gran familia», se sincera María José.

Foto de familia en el bautizo de su hermana Alicia. CEDIDA

Ella llegó al mundo en 1998, cuando el proyecto ya llevaba cinco años en marcha y había pasado por viviendas en Gómez Becerra, Residencial Beatriz y finalmente Nuevo Cáceres, donde nació María José rodeada de diez miembros de la familia. Junto a sus padres, allí estaban ya Margarita, Mini, Maribel, Vanessa, Sole, Beatriz, Tomás y José. Al año siguiente nació su hermana Alicia. «La casa siempre ha sido de todos, funcionamos como una familia, comemos juntos, hacemos todo juntos, cooperamos en la medida en que podemos cada uno. Les debo lo que soy. Ahora me dedico en cuerpo y alma a la labor de educadora social con personas en situaciones de vulnerabilidad, y no concibo otra manera de vivir mejor que esta», afirma.

"Han ido pautando mi vida"

No siempre fue fácil. «He tenido una niñez muy bonita. No te voy a engañar, ha habido momentos complicados pero los hemos normalizado como cualquier familia convencional», cuenta. «Al principio ves cosas diferentes en tu casa pero cuando vas cumpliendo años razonas que tienes una familia especial porque en ella se realiza una labor también especial». La conclusión la explica ella misma:  «Todos son mis ‘tíos’, me han cambiado el pañal, me han enseñado a andar de la mano, me han ayudado prácticamente a todo, han ido pautando mi vida, me han aportado distintos ingredientes, han sido como unos hermanos mayores pero con la suerte de que yo tengo varios», revela María José.

Detrás está la labor intensiva de sus padres. Crearon la vivienda tutelada para sacar de los centros institucionales a niños y jóvenes que en algunos casos ni siquiera habían conocido a sus familias. Así fueron llegando a la casa, cada uno con sus características, pero también con sus necesidades que atender. La mayoría no tenía un diagnóstico concreto, sino rasgos de distintas discapacidades intelectuales, a excepción de una de las chicas que presenta un autismo más definido.

En casa aprendieron autonomía

Los primeros años fueron más complejos, porque en los centros les habían facilitado todo y no sabían hacer una cama, apenas se aseaban de forma autónoma… «Aprendieron a ser independientes, a poner la mesa, a usar la lavadora, a ayudar en casa y a llevar una dieta equilibrada. Tan solo no les enseñamos a cocinar por miedo al fuego. Establecer una rutina resultó complicado, pero el trato diario y continuo, en un ambiente familiar, ha sido sin duda lo mejor para ellos», indica María José.

Al final llevan prácticamente toda su vida conviviendo juntos. «Mis padres han establecido siempre la necesidad de desayunar y comer en familia, y así lo hemos hecho. De pequeñas nos levantábamos a la vez, mi hermana y yo para ir al cole, y ellos para acudir a sus centros ocupacionales. Sole nos peinaba con unas coletas y unos moños preciosos. Nos preparaban los desayunos». «Sentían --prosigue María José-- que éramos niñas con las que tenían una responsabilidad. Mis padres siempre les enseñaron que no eran sus padres, pero que eran los pilares sobre los que podían apoyar su vida, que éramos una familia. En cambio, con nosotras ellos han ejercido ese derecho de considerarnos ‘sobrinas’ puesto que nos han visto crecer».

María José con los suyos, de vacaciones de verano en Berzocana. CEDIDA

De hecho, así las presentaban por la calle cuando iban de paseo de niñas. Luego eran María José y Alicia las que los llevaban con sus amigas adolescentes a dar una vuelta por Eroski. «Una cosa que me llama la atención es que la gente sigue pensando, cuando vamos en grupo, que somos sus educadoras o monitoras. Hace falta todavía andar camino hacia la integración puesto que hay hogares que tenemos estas circunstancias y no debe parecer extraño». Sin embargo, en general la sociedad ha ido entendiendo y aceptando bien la situación de su familia.

Porque era una más. En la casa no han parado de hacer actividades y han tenido hasta mascotas que tanto bien les hacen (Chico, Thor, Shanka, Ottor…), desde pastores alemanes y mastines hasta yorkshire, teckel y fox terrier. La organización para tantas personas (y compañías perrunas) se ha resuelto siempre bien. «Por ejemplo, mi hermana y yo hemos ayudado a mi madre a la compra siempre con dos carros, uno para alimentación y otro para productos de higiene».

Tampoco ha faltado un detalle cada cumpleaños, cada Navidad, cada día señalado. «Mis padres nos han enseñado que es más bonito el sentimiento que lo material, de ahí las cartas que ellos siempre inventan y que escribe Mini, porque es la que mejor se desenvuelve con la escritura», cuenta sonriente. Luego estaban las vacaciones: «Antes de que yo naciera fueron una vez a la playa, pero no resultó», de modo que siempre han veraneado en el pueblo de su padre, en Berzocana, en una casa familiar. «Allí se han ganado su sitio y el pueblo les trata con toda naturalidad. Con lo que a mí me cuesta socializar –reconoce María José--, a ellos no porque son claros, transparentes, y ojo que no se dejan manipular, tienen sus propios criterios».

Las despedidas

Los momentos más tristes se han producido cuando algunos han ido dejando la casa por un agravamiento de su situación o porque con la edad han desarrollado necesidades específicas que deben atenderse en un centro adaptado (por ejemplo, han vivido un caso de paraplejia). «Siempre se ha intentado que sigan en el núcleo familiar, pero a veces no es posible».

Ahora mismo continúan en el hogar Mini, Vanessa, Sole y Maribel. También ha habido momentos muy duros, sobre todo el cáncer de mama que ha sufrido una de sus ‘tías’, con la complejidad que suponen los tratamientos tan invasivos para estas personas. «En casa lo que siempre ha habido es mucha resiliencia, cogemos el problema por los cuernos, hay que adaptarse y superarlo, somos una piña y vamos todos a por todas», se sincera.

LORENZO CORDERO

«Me han cambiado el pañal, me han enseñado a andar, me han ayudado a todo»

MARÍA JOSÉ TOVAR - Educadora social

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Durante la pandemia, la familia se ha mudado a un lagar de Casar de Cáceres heredado de los abuelos, ya que algunos de ellos eran personas de riesgo. Allí siguen porque lo han convertido en su nuevo hogar. Ahora, con las dos hermanas (María José y Alicia) ya adultas e independientes en su piso de Nuevo Cáceres, el resto de la familia se organiza en grupo para realizar las distintas tareas.

«Todos ellos me han enseñado a ver la vida de una manera distinta y enriquecedora», dice María José, que tras acabar sus estudios ya trabaja de técnica de un programa educativo relacionado con el absentismo escolar en Plasencia, y por las tardes ofrece refuerzo escolar y orientación laboral a niños y jóvenes en Aldea Moret, de la mano de la Asociación Iter Renacimiento. «He desarrollado mucha empatía, una sensibilidad grande, y eso tiene su parte buena y mala», confiesa. «Por ejemplo, no sé separar el trabajo del hogar. Al tratar con muchos problemas sociales sigo dando vueltas en casa a cómo mejorar la vida de esas personas».

Reunión de familia para el cumpleaños de José María Tovar. CEDIDA

Y ello porque, a través de su experiencia vital, se ha dado cuenta de que «evidentemente la vida no es justa». «Unos nacemos en un ámbito familiar en el que los padres te quieren, te valoran, te intentan ayudar para que vueles sola como persona, y otros no han tenido nada. Yo suplo esa sensación de injusticia tratando de ayudar desde mis posibilidades», comenta María José.

Por esta razón, su Trabajo Fin de Grado consistió en comparar la vida en acogimiento familiar y en acogimiento residencial (centros de menores). «Aunque estos centros tengan una plantilla de buenos profesionales, la integración social resulta más difícil que en un entorno familiar, más individualizado, bastante más personal, una vida más normalizada en todos los sentidos».

Sin miedo

María José vive para su vocación, porque además tiene una pareja relacionada profesionalmente con este ámbito y se compenetran. De todos modos no le molesta implicarse tanto, más bien le gratifica. «Mi abuela me enseñó a hacer lo que considerara necesario sin miedo y con seguridad, y a irme a dormir con la conciencia tranquila».

Sole con María José en brazos. CEDIDA

Además, cuando algún asunto del trabajo le supera, cuenta con una gran familia que le apoya. «A veces me desahogo con mis ‘tíos’ porque ellos ya son partícipes de mi vida. Aunque no se trata de exponerles todos los problemas, hay días que me ven inquieta y tratan de darme su punto de vista. Su inocencia puede eximirles de comprender en profundidad algunas cosas, pero su opinión siempre cuenta y es de agradecer que intenten ayudar». 

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