Cuando David Martín (Cáceres, 1993) acabó la carrera de Ingeniería Industrial en la Universidad Politécnica de Madrid, cursó el Máster en Ingeniería Eléctrica en Noruega para terminar su formación académica, de eso hace ya más de cinco años, después encontró en Gotemburgo (Suecia) su segundo hogar, y en Volvo el lugar ideal donde crecer profesionalmente. El joven refrenda a cada frase de la entrevista con El Periódico su pasión por los automóviles, un entusiasmo que le nació de pequeño y que con los años convirtió en profesión de éxito. «Me encantan. Mis padres cuentan que desde bien chico ya iba reconociendo por la calle los modelos que veía», explica Martín con una sonrisa al recordar una infancia y una adolescencia en el colegio Licenciados Reunidos y en el instituto Profesor Hernández Pacheco durante la que no cesó de coleccionar miniaturas de vehículos

A pesar de que no llega a la treintena, no ha perdido el tiempo. Él es uno los culpables de que tu coche pueda pensar. «Los vehículos antes eran totalmente mecánicos, no había electrónica, pero eso ha cambiado bastante. Cada vez se parecen más a un ordenador, y entre todos los sensores y dispositivos hay que intercambiar órdenes», indica. Esa es su función, que los coches sean capaces de responder a cada uno de los estímulos: «Desde encender una luz, a subir una ventanilla, a aparcar o a la conducción autónoma. Que controle los frenos, el volante. Aunque empecé en el área de diseño de sistemas de propulsión de los automóviles, con las baterías, motores eléctricos... La oportunidad de trabajar con genios de las diferentes secciones para crear un coche es algo increíble», declara con ilusión.

La mejor parte, ver como ese proyecto que Martín ayudó a inventar se hacía realidad cuando el producto llega al mercado: «Si veo un Volvo diseñado por mí en la calle no puedo evitar pararme a mirarlo. Me sigue impresionando, es como tu hijo», apunta.

La pregunta de si los coches llegarán a funcionar solos era más que obligada. Responde con una firmeza: «Estamos en ello. Es evidente que las barreras más grandes no son tecnológicas, sino que la sociedad confíe. A día de hoy hay accidentes, pero no admitimos que sean causados por una máquina. Uno de los obstáculos más grande es ese. Porque llegar a cero fallos va a ser muy difícil».

En el capítulo de sacrificios ocupan un lugar importante las ausencias. Están Extremadura, la familia, los amigos y todo lo demás. «La tierrina se echa de menos. Cuando se está fuera se hace duro, en momentos complicados, no poder ir a cenar a casa, y en los buenos, poder brindar y celebrarlo con los tuyos. Menos mal que está internet para acortar distancias», expresa. Luego están su chica y los nuevos amigos -suecos y españoles- que se mueven en su planeta vital: «Me dan ese respaldo que me falta al estar lejos».