el bombo
Las calles Barrionuevo y Margallo
Hace unos días recorrí algunas calles del centro histórico de Cáceres pues, aunque yo vivía en la Cuesta del Maestro, durante mi infancia y adolescencia fueron testigos de aventuras, juegos con las chapas o con la pelota y jolgorio juvenil ya que por entonces la calle era el lugar privilegiado para el solaz de los niños y de los adolescentes y por allí tenían sus domicilios amigos de la familia o míos directamente.
En particular recorrí Margallo, la calle Moros en el argot de por entonces, en la que vivía mi compañero de estudios y amigo Antonio Rubio Rojas que dedicaba gran parte de su tiempo libre a su colección de sellos y a entrenarse como portero de fútbol, y Barrio Nuevo, entonces calle José Antonio, en la que se encontraba la casa de don Martín Duque, un magnífico profesor de Latín. En contraste con la vitalidad que desprendían tales calles encontré un silencio y una soledad decepcionantes.
Algunos de los magníficos edificios que jalonan ambas calles están vacíos o seriamente dañados, muchas casas abandonadas y tan solo permanecen abiertos tres o cuatro establecimientos que sirvan al público. Al parecer es una degradación que sufren muchos de los cascos históricos de las ciudades españolas aunque en otras se han sabido adaptar a los tiempos y actualmente juegan un papel determinante en el auge socioeconómico de las ciudades. Creo que aquí se han dado dos circunstancias para llegar a esta situación.
Primero la preponderancia y dedicación de recursos e inquietudes hacia la ciudad monumental que ha llevado a menospreciar el valor histórico, económico y estético del centro histórico y en segundo lugar la especulación que se ha producido con la vivienda. Los ayuntamientos han preferido urbanizar polígonos alejados del centro con lo cual nos cuesta mucho más dinero en impuestos para pagar las infraestructuras que necesitan que el necesario para ayudar a reformar el centro y adecuar las viviendas a las necesidades actuales. Algún día recorreré con Agusti Valiente y Franquete la calle Caleros y Villalobos y quizás lleguemos al Picadero que eran nuestros mortales enemigos.
*Profesor
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