despedida al reconocido clérigo

Adiós al padre Arturo, apóstol de la Misericordia en Cáceres

El sacerdote, que fue vicario y general de la Casa de la Misericordia de Alcuéscar, ha fallecido a los 88 años después de un legado de ayuda a los más desvalidos de la sociedad

El padre Arturo en la Casa de la Misericordia de Alcuéscar.

El padre Arturo en la Casa de la Misericordia de Alcuéscar. / FRANCIS VILLEGAS

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Miguel Ángel Muñoz Rubio

La marcha del padre Arturo a los 88 años (nació en Caleruela, Toledo) ha dejado un vacío en la sociedad cacereña, seguramente porque como él no había dos y seguramente también porque es difícil que se vuelva repetir un perfil tan especial como el de este hombre que nos dejó el sábado y que fue, sin lugar a dudas, el apóstol de la Misericordia en Cáceres.

Fue en lo años 30 cuando Leocadio Galán Barrena, sacerdote nacido en Calamonte, fundó el Instituto Religioso Esclavos de María y de los Pobres, la conocida Casa de la Misericordia de Alcuéscar, que atiende a 70 personas que han sufrido el zarpazo de la exclusión. El padre Arturo no tardó en convertirse en uno de sus discípulos, que si Dios hizo el Cielo seguro que lo hizo pensando en el padre Arturo.

Arturo Muñoz Gil fue a la escuela hasta los 14 años y, como todos los chavales de entonces en los pueblos, a esa edad empezó a ocuparse de las faenas del campo. Hizo la mili en el famoso Conde Duque de Madrid, en Caballería, aunque desde el colegio ya sentía inclinación por la iglesia y siempre le preguntaban a su madre: "¿Por qué no lleváis a este muchacho al seminario, pues no le véis?". Fue pasando el tiempo hasta que recién terminada la mili pensó que tenía que tomar alguna decisión. Entonces contactó con un sacerdote en Calzada de Oropesa y le aconsejó que se fuera con unos frailes de Pozuelo de Alarcón, los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey, aunque aquel no era su sitio, él aspiraba al contacto con la gente, la catequesis, las visitas a los enfermos... Entonces, don José, un cura de su pueblo, le dijo: "Tu sitio es Alcuéscar". Y él le contestó: "Alcuéscar, ¿eso qué es?". Le contó que era un pueblo de la provincia de Cáceres donde había un sacerdote, don Leocadio, que estaba poniendo en marcha una obra maravillosa dedicada a los pobres. Escribió al padre Leocadio y en Alcuéscar se presentó un 21 de noviembre de 1960.

El padre Arturo, en la capilla de la Casa de la Misericordia de Alcuéscar.

El padre Arturo, en la capilla de la Casa de la Misericordia de Alcuéscar. / FRANCIS VILLEGAS

Llegó a una casa pobrísima (ni un par de sábanas para que le hicieran la cama). El hermano que tenían entonces de sastre tuvo que cortar una pieza que les había regalado El Requeté y le prepararon una cama de cuatro patas, de esas que se cerraban, que tenían unos colchones americanos de algodón que daban de la ayuda americana. Silla no había, mesa tampoco, así que bajó donde tiraban las cajas de madera vacías de las latas de sardinas y cogió dos cajas, una para mesa y otra para silla. Y ese fue el lujo que había en la habitación. Porque no podía ser de otra manera, con las cuarenta y tantas personas que ya tenía el padre Leocadio recogidas y que había que atender y dar de comer.

Había niños pobres, necesitados... había seis o siete mayores ya inválidos. El padre Leocadio rápidamente lo puso a trabajar. Le encargó la dirección espiritual de los postulantes. Tuvo la suerte de conectar con don Javier Martín-Artajo, su hermano Alberto fue ministro de Asuntos Exteriores. Artajo era abogado, de la Editorial Católica, del Diario Ya. El padre Leocadio fue a Madrid y habló con él. Martín-Artajo se entusiasmó mucho, fue por Alcuéscar a ver los cimientos de piedra y cuando vio lo que había, empezó a escribir artículos los domingos sobre la obra del cura de Alcuéscar y por ahí vinieron donativos para poder levantar la casa. "Es que la situación en España estaba muy mal, porque la gente es que no podía dar porque no tenían. Así que nos regalaron un cochecito, una Fabiola Citroen de aquellas antiguas que corría lo máximo a 60 kilómetros por hora y eso si ibas cuesta abajo. Y como no había en la casa quien condujera me tuve que sacar el carnet", narraba en una entrevista para El Periódico Extremadura.

"Con el coche acarreaba cosas. Porque entonces no era como ahora. Ahora viene un representante de una casa comercial, te hace la nota y al día siguiente viene el camión con el arroz, con las lentejas, con lo que haga falta. Entonces había que acarrearlo todo. Así que yo a Mérida y Cáceres a por sacos de patatas y judías, a buscar comida para la gente".

El padre Arturo fue vicario y 12 años superior general de la casa. "Ya estoy jubilado y ahora no tengo que hacer nada más que prepararme para rematar bien la faena, como dicen los toreros. Porque he hecho de todo, maestro de novicios aspirantes, vicario, superior general, de nuevo vicario, cocinero cinco años en la casa de estudios que teníamos en Cáceres. Continúo dando ejercicios espirituales a monjas, sobre todo de clausura. Hago lo que puedo", añadía en esa entrevista.

Nombres y personas

El padre Arturo siempre decía que la misericordia es "practicarla. El corazón que se compadece por los demás, por los que lo necesitan. El padre Leocadio fue misericordioso porque dio todo, su vida, por los pobres. Decía muchas veces que podría haber sido un párroco rico, y sin embargo no tenía nada porque se entregó a los demás". Recordaba que la de la Misericordia es una casa "que tiene nombres y tiene personas a las que hay que practicar cada día la más heroica de las misericordias, como es darles de comer, vestirlos de arriba a abajo, ducharlos..."

O sea, hacer política de verdad. "Pero política de la buena, de la que lleva a Dios y de la que lleva a las almas". Y recordaba el caso más terrible que presenció: "Cuando teníamos colegio llegó un niño que estuvo a punto de morir estrangulado por su madre. Los vecinos lograron evitarlo y lo trajeron aquí y aquí se hizo un hombre y ahora vive en una ciudad, está casado con una chica maravillosa y tiene una vida estupenda. Era un caso dramático. Había nacido en una cárcel estando la madre presa. Ni siquiera sabía qué día. Cuando el padre Leocadio logró encontrar su partida de bautismo fue una fiesta. Recuerdo que teníamos una perdiz en el patio que me había traído del campo. Los días de lluvia los perdigones chiquitillos iban siempre en busca de aquella perdiz movidos por el instinto aunque no fuera su madre, y aquel chaval siempre decía: "Mirad, esos perdigones tienen más suerte que yo, han encontrado una madre que los quiere".

Y, como colofón, y ante la pregunta, ¿qué le pide a la vida? el padre Arturo contestaba: "Pues terminar bien. Que el Señor tenga piedad y misericordia de mis tantas limitaciones y mis tantos pecados porque aunque seamos religiosos también somos pecadores y tenemos nuestros fallos y nuestras miserias. Que el Señor sea misericordioso conmigo como yo he procurado ser misericordioso con los demás".