Fructuoso Campón (Casar de Cáceres, 1960) es feliz al volante. Y en un vehículo de más de 12 toneladas. Lleva casi 40 años como conductor de los autobuses urbanos de Cáceres y ha trabajado en todas las empresas (Augosa, Busursa y Vectalia) que han gestionado el transporte público de la ciudad. Él es muy conocido entre la mayoría de los vecinos que usan la línea 2, sobre todo por su simpatía y por disfrutar de un oficio que le apasiona. «No lo cambiaría casi por nada», comenta con satisfacción.

Para ser conductor de primera «hace falta conducir bien, que te guste tu trabajo y tener don de gentes. Es fundamental tener empatía y, como en cualquier otra profesión, mejor si disfrutas con lo que haces», explica Campón. Aunque la respuesta no rima con la melodía sonora de cuantas excursiones se hicieron en la década de los ochenta y los noventa, le ha servido para ganarse el afecto de numerosos cacereños. «Me han cantado mucho en los trayectos, pero ahora por desgracia la gente cambia los cánticos por los móviles. Las personas hablan menos entre ellas directamente porque hacen más uso de estos aparatos», señala con una sonrisa.

Toda una vida sobre ruedas. «Pues empecé en 1983 y desde entonces he estado siempre trabajando en Cáceres. Cuando llevas tanto tiempo en varias líneas todo el mundo te conoce y algunos hasta por el nombre. La gente es verdad que me suele decir que soy agradable, abierto y muy hablador. En el trabajo hay que concentrarse pero siempre intento sacar tiempo para charlar y bromear con los viajeros», apunta Campón. Si algo le caracteriza es que Fructuoso nunca ha querido ser más que Fructuoso.

Después de tantísimos años en este oficio, tiene bastantes anécdotas que contar. «Antiguamente un billete costaba 19 pesetas y se podía fumar dentro del vehículo. Llevábamos a tal cantidad de gente que a veces hasta me ayudaban a tirar del volante para girarlo. Eran direcciones mecánicas muy duras y con tanto peso no podías mover el volante. Una vez recuerdo que vino un muchacho con una puerta y se enfadó conmigo porque no le dejé subirse al autobús. Había personas que cogían dos y tres veces el bus a diario, no tenían límites, les encantaba. Además, hay clientes (abuelos, padres, hijos y nietos) que después de tanto tiempo trabajando en el sector, se han convertido en amigos», concluye con orgullo a El Periódico este casareño,  un conductor con mayúsculas.