La Romería de los Mártires abre una interminable sucesión de festejos en Cáceres que solamente son capaces de clausurar los calores veraniegos, por lo que llegan hasta el mes de julio. Puesto que los catovis somos muy proclives a presenciar todos los acontecimientos gratuitos, la mayoría de ellos cuentan con el aprecio y el acompañamiento multitudinario, sobre todo si tienen lugar al aire libre, pues ya se sabe que somos paseantes por excelencia, que es la mejor manera de ahorrar, pues paseando lo único que puedes hacer es fumar o comer pipas.

Sin embargo, existe un acontecimiento que no es que cause ascos o disgusto sino que no nos atrae como sucede en gran parte del mundo: los Carnavales. Y no es que uno quiera emular a los venecianos, aunque sí siente una sana envidia de los pacenses que cada año se superan. A ver si nos dan la receta. Supongo que habrá muchas causas pero a mí me parece que una muy importante es que los catovis somos por demás contemplativos. O sea, que lo que nos gusta es mirar pero no somos muy dados a participar, de manera que nos perdemos la gracia del Carnaval que está preferentemente en el jolgorio que permiten los disfraces, el exceso que les acompaña y el desahogo que conllevan.

De manera que la participación de los cacereños en el Carnaval se reduce preferentemente a presenciar la cabalgata, comentar con el vecino que la de este año ha sido de las mejores, y echar de menos mayor participación de murgas y comparsas. De muy poco sirven los desvelos de las distintas corporaciones por propiciar la fiesta, proponer actividades y organizar actos, porque esta es una fiesta que debe nacer desde abajo, desde la gente de a pie, cosa que por aquí no tiene aprecio pues lo que nos gusta es que nos lo den todo hecho y que, si acaso, cuenten con nosotros para aplaudir.

Participar, protagonizar, solamente se puede hacer en las procesiones. O sea, Semana Santa y, naturalmente, la de la Virgen de la Montaña.