BLOG DEL CRONISTA

La leche

A partir de 1968, el suministro de leche a la ciudad se haría a través de ILCASA. La imagen de los lecheros casareños, con sus bestias y sus cántaros metálicos, pasó a mejor vida

Fernando Jiménez Berrocal

Fernando Jiménez Berrocal

Por orden gubernativa de 1 de febrero de 1967 quedaba establecido, en la ciudad de Cáceres, el régimen de obligatoriedad de higienización de toda la leche destinada al abasto público y la prohibición de su venta a granel. A partir de 1968 el suministro de leche a la ciudad se haría a través de ‘Industrias Lácteas Cacereñas, S. A.’ (ILCASA). La imagen de los célebres lecheros casareños, con sus bestias cargadas de cántaros metálicos, repartiendo la leche a domicilio con sus medidas de litro, medio litro y cuartillo, pasaba a mejor vida.

Desde finales del siglo XV la venta de leche estaba regulada a través de la Ordenanza de “unto y leche”, que en dos de sus tres artículos establece desde el precio de un producto, considerado de primera necesidad, hasta como se debe medir la cantidad de leche que se vende al público. Según las ordenanzas medievales, desde el día de San Miguel hasta finales de noviembre, cada azumbre (medida antigua de capacidad para líquidos que equivalía a 2,016 litros) de leche se venderá por 8 maravedís y desde finales de noviembre hasta San Miguel, el precio será de 6 maravedís. También especifican las viejas ordenanzas que los vendedores de leche tengan obligatoriamente “sus medidas ateridas por los fieles y selladas”, incluso se determina como se debe medir la leche cuando se vende “sobre el embudo o vasija del comprador, so pena de doscientos maravedís al que finiere lo contrario”. Estas normas, en lo relativo al uso de medidas para la venta de leche, se conservaron durante siglos. No así el control de la calidad de la leche por falta de útiles clínicos para su análisis.

Tradicionalmente la leche utilizada para alimento de la población era principalmente de cabra, también era utilizada la leche de burra, especialmente como remedio para curar anemias, ante los problemas de desnutrición que afectaban a sectores concretos de la sociedad. A finales del siglo XIX, ante la necesidad de disponer de una mayor cantidad de leche para atender la demanda de la población, se empezó a importar ganado lechero de Holanda, preferentemente de la raza Frisona, las conocidas como vacas “suizas”, de gran producción lechera. La mayor demanda también fue causa del aumento de la adulteración del producto, principalmente añadiendo agua para aumentar la ganancia.

Ello obliga al Ayuntamiento de Cáceres a dar los primeros pasos para la creación de un moderno laboratorio municipal, que acabará por concretarse en los difíciles años de la Guerra Civil, a partir de junio de 1937. Hasta ese momento los análisis por denuncia por adulteración de leche se hacían en las farmacias locales o en el laboratorio del Instituto General Técnico de Cáceres, lo que suponía un gasto significativo para las arcas municipales.

El nuevo laboratorio municipal, que años después quedaría unido a la farmacia municipal, se centra principalmente en el análisis de la leche, aprovechándose también para vigilar la calidad de otros productos alimenticios que se venden en la ciudad o del agua corriente. En principio se dota con un precario instrumental como un termolactodensimetro, un suerolactodensimetro, un termómetro para baño maría, un catalasimetro, varias probetas y poco más. Desde ese momento, 1937, se suceden de forma asidua los análisis de leche en la ciudad, siendo numerosas las multas que el consistorio impone a los vendedores por “bautizar” un producto necesario para la nutrición de la población.