artículo escrito por el doctor. Jorge Victoria Ojeda (Historiador). Universidad Autónoma de Yucatán
La devoción a La Montaña traspasa Cáceres y llega a América
La Virgen de la Montaña: devoción de negros, mulatos y españoles en la Mérida novohispana
Jorge Victoria Ojeda (historiador)
Se sabe en España que la Virgen de la Montaña es patrona de la ciudad de Cáceres desde 1688, donde su origen comenzó en la primera mitad del siglo XVII, pero quizá sea desconocido que su culto cruzó el Atlántico y desde la segunda mitad de esa centuria se le encuentra en la Mérida novohispana en sustitución del Santo Niño Jesús como devoción principal de los negros, mulatos y pardos. Con el correr de los años lo fue también para los españoles y criollos de esa ciudad, localizada en la península de Yucatán, al sureste de México.
El orden en que se han mencionado los grupos sociales se debe a que la veneración a la Virgen de la Montaña, de las Montañas, o de Montañas, como se le denomina en los documentos históricos de la región, se registra para la iglesia del Santo Nombre de Jesús, construida exprofeso para los africanos y sus castas en 1686, aunque luego los españoles y criollos que participaban de esa devoción también acudían a aquella iglesia, e incluso tiempo después las autoridades de la ciudad otorgaron recursos para su festividad, con lo cual el culto a esa Virgen rebasó el ámbito de la parroquia de las castas negras.
De las advocaciones veneradas por los afrodescendientes en suelo novohispano y americano, es la primera ocasión que se encuentra a la Virgen de las Montañas, aunque se desconoce su arribo a la región yucateca. Asimismo, aquella advocación mariana, al ser favorecida por españoles, debió implicar la intromisión de éstos en ciertos asuntos de la iglesia de negros, mulatos y pardos puesto que ese culto fue compartido por ambos grupos.
En cuanto al fervor de los fieles de procedencia africana hacia la imagen extremeña, destaca el del capitán mulato Eugenio de Acosta, quien al fallecer el 12 de abril de 1690 legó en su testamento la cantidad de “…50 pesos para la cofradía de Nuestra Señora de las Montañas […y…] 50 pesos asimismo para la dicha parroquia del dulce [o Santo] nombre de Jesús…”. Acosta era poseedor de mulas para el transporte, pero también de un negro llamado Juan Durán. A pesar de procurar recursos económicos para la iglesia de su grupo de procedencia, en su último deseo pidió que sus restos descansaran en la ermita de la Candelaria, al sur de la ciudad.
Por el lado de los criollos, se tiene también un dato de importancia. En 1774 la parroquia del Santo Nombre de Jesús dejó la construcción de 1686 y se trasladó a la iglesia que había dejado la Compañía de Jesús años atrás. La mudanza le resultó beneficiosa al culto de la Virgen, pues tuvo más fuerza y recibió buenos donativos que sus ricos devotos españoles y criollos otorgaban. En esa ocasión, el ejemplo se tiene en don Juan Esteban Quijano, perteneciente a una de las familias más ricas de la región y allegada al gobierno de la ciudad y de la provincia, cuyo clan familiar era conocido como poseedor de esclavizados; sin duda, fue el que más tuvo en la región: de 1710 a 1789 se le reportan, al menos, 80 personas de ambos sexos en estado de esclavitud.
Este acaudalado comerciante fundó una obra pía el 1 de abril de 1788, y destinó su estancia ganadera denominada San Antonio Xiat, cercana al poblado de Cansahcab, para que con sus utilidades anuales se solemnizara la fiesta a la Virgen. Un mes antes había redactado su testamento, en el que indicaba que parte de los réditos de la estancia servirían para costear misas, sermones y procesión en la iglesia del Santo Nombre de Jesús, y solicitaba que en su entierro la procesión estuviese encabezada por la imagen de la Virgen de las Montañas.
Por si queda alguna duda sobre la devoción del acaudalado criollo hacia esa imagen, entre los oficios notariales relativos al empleo de las ganancias mencionadas, se apunta su destino: “…la celebración del Dulcísimo Nombre de María Santísima Señora Nuestra bajo la advocación de las Montañas que se celebra en la parroquia de Pardos, del Santo Nombre de Jesús…”.
En la segunda mitad del siglo XVIII la adoración a la Virgen de las Montañas no se circunscribía alos grupos sociales mencionados, sino que también fue una de las fiestas más votadas por el Ayuntamiento de Mérida, según se apuntaba en octubre de 1758.Los regidores habían acordado otorgar 25 pesos para la fiesta de San Juan Bautista; 80 pesos para la fiesta de San Bernabé, patrono de la ciudad; y “…treinta pesos para el novenario y rogación de Nuestra Señora de las Montañas en su santuario…”. El festejo a la Virgen de la Montaña o las Montañas fue, hasta la segunda década del siglo XIX, uno de los más votados para la ciudad, cuya fiesta se celebraba el domingo siguiente al 8 de septiembre, día dedicado a la Natividad o nacimiento de la Virgen María en el calendario litúrgico. El hecho de que el cabildo meridano asignase recursos para la fiesta de una imagen religiosa que se encontraba en un templo para negros, mulatos y pardos, es indicador de que los españoles también concurrían a él, a los servicios religiosos en honor a aquella Virgen, a la cual se le tenía en gran estima allende la parroquia donde se le rendía culto.
Esta advocación mariana no desapareció con la Independencia de México (1821), nial cerrarse la parroquia de las castas negras del Santo Nombre de Jesús en 1822. La devoción se mantuvo en la misma iglesia por la feligresía de los antiguos sectores sociales que acudían a ella, entonces denominados como mestizos, aunque quizá era más notoria la influencia del sector antes señalado como blanco. La devoción a la Virgen de las Montañas, hoy inexistente —sin conocerse siquiera una imagen certera de esta en Mérida—, prosiguió hasta la primera década del siglo XX, cuando aún se hacían novenas en su honor en el templo conocido por entonces como del Jesús o de Tercera Orden; quizá su desaparición se debió a las ideas antirreligiosas que imperaron en Yucatán a partir de 1915 con eladvenimiento del general Salvador Alvarado a Yucatán, parteaguas que en la historia regional se conoce como la llegada de la revolución mexicana iniciada en 1910 a esa península.
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