el blog del cronista

Tiempo de libros

Para los que hemos estado rodeados de libros desde nuestra niñez, el libro ha sido un objeto y también un recurso, una herramienta para realizar nuestro trabajo y también un arma para combatir la ignorancia y la desinformación

Feria del libro de Cáceres.

Feria del libro de Cáceres. / SILVIA SANCHEZ FERNANDEZ

Fernando Jiménez Berrocal

Fernando Jiménez Berrocal

Durante los próximos días de abril, muchas ciudades se ven gratamente invadidas por ferias locales donde el libro es el protagonista de la vida cultural durante unos días. Nunca he sido capaz de encontrar una definición que concrete el significado de libro. Para los que hemos estado rodeados de libros desde nuestra niñez, cuando nos iniciamos en la lectura con las cartillas escolares, el libro ha sido un objeto y también un recurso, una herramienta para realizar nuestro trabajo y también un arma para combatir la ignorancia y la desinformación.

Un libro es un reto cuando empezamos a escribir y diseñar su contenido y una satisfacción cuando lo concluimos. Un libro es un tiempo de placer que nos enseña y también nos libera en los malos momentos, además puede ser un recuerdo o una obra de arte que nos acompañe durante gran parte de nuestra vida. Cada libro es una historia y a veces, nosotros mismos somos el resultado de los libros que hemos leído. Un libro pueden ser muchas cosas a la vez y todas positivas.

En el Cáceres de mi niñez había diferentes vías que nos aproximaban al mundo de la lectura. Cada apertura de curso escolar, se formaban largas colas en la fachada de la Imprenta La Minerva de Castor Moreno, antiguo local donde predominaba el olor a tinta y papel, una imprenta librería donde operarios de bata gris, nos proporcionaban los novedosos libros de texto que nos exigían en el Instituto El Brocense, libros que nos servían para aprender y para formarnos como personas. También, cada domingo, acudíamos a la plaza Mayor donde seguíamos de cerca a Goliat y a Sigrid, a Fideo y a Taurus, conocíamos perfectamente a qué tipo de chapuzas a domicilio se dedicaban Pepe Gotera y Otilio y estábamos al corriente que Anacleto era agente secreto.

Lo mismo ocurría con el resto de personajes de ficción que se habían cruzado en nuestra corta vida desde las páginas de cuadernillos, que llamábamos tebeos, antes que se empezasen a conocer con el vocablo foráneo de cómic. Los jardines de aquella plaza fueron la primera y a veces única biblioteca para muchas generaciones de niños cacereños, el lugar donde nos iniciábamos en la lectura, una afición que en muchos casos nos ha acompañado durante el resto de nuestra vida. 

Con el paso de los años llegaron las visitas a la biblioteca pública del Palacio de la Isla, donde Isabel Luna nos atendía con ternura y paciencia y nos permitía navegar por mundos fantásticos de aventureros de postín de la mano de Julio Verne o Emilio Salgari. En la mocedad empezamos a visitar librerías; Vicente en Pintores, Cerezo en Virgen de la Montaña, la efímera Chova de Ana y Ángel en Santo Domingo, Chelo en Moret o Quevedo de mi compañero de promoción Pepe García Cruz en General Ezponda.

Lugares donde descubrimos nuevos trabajos literarios o científicos que nos han trasladado por los caminos de la poesía o el ensayo, la ficción o la historia. Prosa o verso, da igual el lenguaje literario. La cuestión es aprender y disfrutar de los momentos íntimos y placenteros que nos proporciona la lectura sosegada. Ahora es tiempo de libros y de libreros, también de editoriales y de autores, tan necesarios todos ellos para que el mundo de las letras siga creando adictos incondicionales, que permitan que los libros transiten hacía el futuro como un estimulo necesario del pensamiento crítico en el ser humano. H 

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