el bombo

Corderos, brevas y canutos

Había hogueras en muchas de las plazas y plazuelas de la ciudad en las que el personal quemaba los trastos viejos

Antonio Sánchez Buenadicha

Antonio Sánchez Buenadicha

Pasada la Semana Santa la llegada del buen tiempo nos aseguraba tres diversiones. El corderito, las brevas y los canutos. El corderito se compraba en las traseras de san Juan y en la plaza de Caldereros, le sacábamos a pacer en los campos que por entonces no estaban cercados y en casa se alimentaba con el trébol que se compraba en la calle Sande y permanecía vivo hasta que el día de la subida de la Virgen un despiadado matarife se presentaba en casa con un cuchillo que nos hacía llorar pues significaba el fin de nuestro mejor amigo.

En mi niñez, dicho en catovi: cuando era chiquinino, no había cabalgata en la festividad de san Jorge. Eso fue un invento del obispo Llopis Iborra que lo trajo de sus tierras valencianas y que comenzó con unos pocos moros y cristianos de pobres vestimentas y ha llegado en nuestros días a miles de participantes con ropajes de variadas modas. 

Había hogueras en muchas de las plazas y plazuelas de la ciudad en las que el personal quemaba los trastos viejos alrededor de las cuales se congregaban los vecinos orgullosos de las magnificas llamaradas que se elevaban hasta el cielo. Los muchachinos, otra entrañable palabra del más acendrado catovismo, aprovechábamos la reunión para lanzar las brevas que llenaban nuestros bolsillos y darle uso a los canutos. 

Las brevas procedían de las rapiñas que llevábamos a cabo en las muchas huertas que rodeaban la ciudad regadas abundantemente por el Marco de las que se abastecía Cáceres con suficiencia. Los brevazos eran indiscriminados aunque algunos tal vez tuvieran un destino previsto que buscaba algún tipo de venganza. Los canutos daban mucho juego. Eran unos pequeños trozos de cañas que se vaciaban y servían para soplar y lanzar proyectiles con cualquier destino aunque preferentemente se utilizaban para molestar a alguien. 

La munición era muy fácil de adquirir pues se trataba de pequeños frutos silvestres. Bueno había una obligación que aún continúa: ir a ver a la Virgen todas las tardes porque en ese camino te encuentras al todo Cáceres incluidos los ateos

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