Hace unos días nos dejaba Don Ceferino Martín Calvarro, sacerdote extremeño de pura cepa, natural de la Sierra de Gata, y servidor infatigable de esta Diócesis de Coria-Cáceres.
No he encontrado hacia ninguna persona que no sea Ceferino Martín Calvarro, el consenso y la valoración positiva de sus opiniones y decisiones por parte de la totalidad del clero diocesano. Preguntándome el porqué de esta realidad, no cabe duda de que su época de rector del Seminario marcó a los muchos que le conocieron o que fueron sus alumnos o educandos. Sin embargo, creo que su paso por la Vicaría General, puesto que junto con el del Obispo correspondiente lleva consigo el tomar decisiones que afectan a las personas concretas, ha jugado el papel más decisivo para explicar ese porqué. A pesar de la advertencia evangélica, a muy «poquinos» he escuchado hablar mal de Don Ceferino.
Su talante, su trato amable, «el viento suave de Dios» que destaca su amigo Tino, sus formas, son algo que se puede aprender, pero en él eran algo natural, y eso por supuesto se nota rápidamente. Los que han tenido la suerte de trabajar con él, lo ponen de manifiesto con entusiasmo.
En la responsabilidad, las formas, la dedicación y el trabajo no podemos bajar el nivel que Don Ceferino nos marca
Fui su alumno de griego en 5º y 6º de Humanidades, en nuestro Seminario, y lo sufrí bastante, no porque fuera demasiado exigente, sino por mi incapacidad para las lenguas, los verbos y los vocabularios. Eran mi cruz. El primer año me llevé más de un descaliento. En el segundo ya aprendí alguna «táctica estudiantil» y me fue mucho mejor. Como vicario general me uno a la opinión general que apuntaba al comienzo.
Junto con sus amigos, Nicolás, Juan Manuel y todavía entre nosotros Florentino, destacó en una dimensión clave de los sacerdotes diocesanos, a saber, su amor desinteresado a la Diócesis. Verdaderos maestros para todos nosotros.
Ya está junto a los que murieron antes que él, y seguro que se preocuparán de nuestra Diócesis, velarán por ella y nos darán su aliento para que nuestros pasos vayan por la buena dirección. La problemática eclesial de hoy es diferente a la que él vivió, pero en las formas, las maneras, la responsabilidad, la dedicación y el trabajo no podemos bajar el nivel que Don Ceferino nos marca.
¡Descansa en paz, Ceferino!