Grosso modo
Juan Ramón Corvillo, abogado: "El agua de Cáceres: un presente que baja al pasado"
Fuera de la muralla, la Ribera del Marco también levantó otro hermoso relato: huertas, molinos, lavaderos, un cinturón fértil donde el agua regía el calendario y los oficios

Aljibe de Cáceres. / JUAN RAMÓN CORVILLO

El otro día, en conversación con mis amigos Eladio Pascual y Paco Matamoros, Pedro Muriel, concejal de Servicios, nos fue desgranando los pormenores del ambicioso proyecto municipal del agua. Habló de renovar colectores e impulsiones, de estaciones de bombeo y tanques de tormenta que amortiguan los episodios extremos; de una nueva depuradora que cuide el río Guadiloba y el paisaje. Habló de fugas, reventones y presiones estables, de zanjas que rara vez salen en la foto y, sin embargo, dan seguridad a cada grifo. El resumen es claro: organizar el presente para que el agua sea garantía y no sobresalto.
Después de aquella charla, mis pensamientos, viajando al pasado, bajaron al subsuelo. Cáceres siempre entendió el agua mirando hacia abajo. Bajo los palacios y las torres late el mundo de los aljibes. El del Palacio de las Veletas —con su planta rectangular y sus cinco naves abovedadas sostenidas por arcos de herradura sobre columnas visigodas reutilizadas— guarda en silencio la memoria del siglo XII. Arquitectura almohade, agua de lluvia y previsión humana se unieron para resistir asedios y sequías. La ciudad dormía arriba, mientras en las entrañas frescas del aljibe el agua aguardaba, paciente y discreta. A su alrededor, durante siglos, cisternas domésticas y pozos han alimentado hogares y cocinas; los brocales que hoy decoran patios fueron un día la boca misma de la vida.
Fuera de la muralla, la Ribera del Marco también levantó otro hermoso relato: huertas, molinos, lavaderos, un cinturón fértil donde el agua regía el calendario y los oficios. Allí se aprendió que abastecer significaba beber, producir, limpiar y convivir. La ciudad creció sobre ese rumor.
El siglo XX trajo redes, depósitos, cloración y depuración. Ganamos salud pública y comodidad. Y hoy, los ingenieros trabajan sobre una tecnología que habría parecido magia en tiempos del aljibe: tuberías de polietileno de alta densidad y PVC orientado; sensores de presión y caudal que envían datos en tiempo real; válvulas que actúan de forma autónoma; gemelos digitales que reproducen la red entera para anticipar fugas; sistemas de control y supervisión que gobiernan desde pantallas lo que antes dependía del oído atento de un fontanero. No obstante, aunque cambian los materiales y los instrumentos, la idea sigue intacta: guardar, conducir, compartir.
Cuando uno baja al aljibe de Las Veletas y siente la humedad que asciende desde sus bóvedas centenarias, escucha, además del eco del agua antigua, a Cáceres hablándose a sí misma. El agua funda ciudades. Y Cáceres, que lo aprendió bajo tierra, ahora lo escribe a cielo abierto.
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