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Una historia de Cáceres a través de sus objetos

Jorge Rodríguez Velasco, graduado en Historia y Patrimonio histórico por la UEx: Los pies de San Pedro de Alcántara

En la crónica de aquella jornada se subraya que terminado el acto se inició el «besapié público y permanente»

Los pies de San Pedro de Alcántara.

Los pies de San Pedro de Alcántara. / Mediterraneo

Jorge Rodríguez Velasco

Jorge Rodríguez Velasco

Cáceres

Todo el que cruza por vez primera el umbral de la basílica de San Pedro, en el Vaticano, es recibido por un paisano de nuestra tierra: San Pedro de Alcántara. Una monumental efigie del místico extremeño, tallada en mármol de Carrara por Francisco Vergara, ocupa desde el siglo XVIII el primer nicho de la nave izquierda del mayor templo del catolicismo. Abrazado a una cruz y acompañado de un ángel mancebo, su figura da la bienvenida a los cientos de visitantes que cada día acceden a la basílica, recordándoles que también un cacereño tiene sitio entre los grandes del santoral.

Aquel hombre enjuto al que Roma honra nació en Alcántara en 1499 con el nombre de Juan de Garavito y Vilela de Sanabria. Ingresó muy joven en la Orden Franciscana y acabó convertido en uno de sus grandes reformadores, impulsando una observancia más pobre y rigurosa que daría lugar a la familia de los alcantarinos. Fue amigo y consejero de la también reformadora Santa Teresa de Jesús, que se refirió al extremeño como un hombre «hecho de raíces de árboles», aludiendo a la extrema delgadez del santo que practicaba prolongados ayunos como forma de penitencia.

Esa vida de sobriedad se refleja en el convento que fundó en Pedroso de Acim, El Palancar, símbolo extremo de su ideal y conocido como “el convento más pequeño del mundo” por lo reducido de sus espacios. Escribió, además, el “Tratado de la oración y meditación”, uno de los manuales de oración que contó con mayor número de ediciones y que alcanzó una enorme difusión tanto en España como en América.

Murió el 18 de octubre de 1562, en Arenas de San Pedro (Ávila) y fue canonizado en 1669. En 1675 fue declarado patrón de la diócesis de Coria (hoy Coria-Cáceres) y ya en el siglo XX fue proclamado copatrón de Extremadura (junto a la Virgen de Guadalupe) y patrón de la provincia de Cáceres.

Precisamente fue la Diputación Provincial de Cáceres la que, a mediados del siglo XX, promovió erigir una estatua pública en honor al santo. El encargo recayó en Enrique Pérez Comendador, uno de los grandes escultores extremeños del siglo. El San Pedro cacereño es un bronce de unos 2,5 metros y 650 kilos, fundido en la casa Hermanos Codina (Madrid), a partir de un modelo previo tallado en cedro que hoy conserva el museo dedicado al escultor en Hervás, su localidad natal.

Comendador prestó a San Pedro su propio rostro y compuso el cuerpo siguiendo las descripciones clásicas del fraile asceta, que aprieta una cruz contra el pecho y tiene los ojos cerrados en una expresión que transmite una gran serenidad y recogimiento.

La firma de Pérez Comendador no es extraña en el paisaje monumental cacereño: en Cáceres le debemos también el monumento a Gabriel y Galán (1925) y la escultura de Hernán Cortés (1986).Y aún pudo haber una cuarta obra: en 1974, el doctor Juan Pablos Abrilpropuso que se le encargara una estatua ecuestre de Franco que presidiera el proyectado “parque del Caudillo”; propuesta que volvió a plantearse tras la muerte del dictador, esta vez con la intención de situarla en la Plaza Mayor.

Pero volvamos a la estatua del santo… El 10 de noviembre de 1954 el nuncio apostólico Hildebrando Antoniutti se encontraba en Cáceres para inaugurar el nuevo Seminario Mayor —la gran obra del obispo Llopis—. Ese mismo día se descubrió y bendijo la estatua en un acto multitudinario en el que no faltó la parafernalia propia de las grandes ceremonias del momento.

En la crónica de aquella jornada, publicada en el diario Extremadura, se subraya que terminado el acto se inició el “besapié público y permanente” que se rendiría a la estatua. Desde entonces, el bronce de los pies del santose ha ido puliendo con el roce de devotos y curiosos. Y si hoy ya no son tantos los cacereños que se inclinan a besarlos, muchos visitantessiguen tocando sus dedosbuscando un rescoldo de buena suerte.

No hay duda de que la figura del santo dialoga en perfecta simbiosis con la belleza de la ciudad monumental, propiciando una de las postales más hermosas del conjunto histórico. Bajo la torre de Santa María, su figura se funde con la piedra antigua; basta con cruzar la plaza al caer la noche y detenerse ante él en silencio para que Cáceres se quede para siempre en la memoria.

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