Cada año crece el número de garrovillanas de todas las edades que acompañan al benefactor de los enfermos de garganta vestidas con el colorido traje de serrana. El pasado sábado quedó patente.

El atuendo tradicional de las devotas de san Blas se compone de medias, pololos, enaguas (amarilla, roja o verde, aunque ya se ven algunas azules), faltriquera, mandil, jubón, pañuelo de cien colores, y --si se acude a los oficios religiosos-- mantilla. El pelo va recogido en un moño con redecilla y se colocan claveles con horquillas a un lado. Además, de adorno, las serranas llevan argollas de filigrana, y unos collares llamados 'galápagos' por su forma.

Una de las principales curiosidades de esta fiesta popular es la irrupción de la Vaca-romera, un divertido personaje de precarnal. Una vez que finaliza la procesión los participantes toman el sol en la plaza mientras los niños juegan a la piñata. Entonces la charanga toca el aviso de que va a salir un toro, ante el asombro de los asistentes. Y vaya si sale. Es la Vaca-romera, cuyo cometido es dispersar a las serranas 'embistiéndolas'.

Otro momento entrañable de la jornada es cuando el abuelo Augusto Barriga, a sus 89 años se pone a tocar su viejo violín, que el llama 'Stradivarius'. Mientras, los miembros de la cofradía venden los coloridos cordones de san Blas. El cordón se quema a los nueve días para evitar males de garganta.

Tras el almuerzo --en el que las berzas con buche suelen ser plato habitual-- las serranas van todas al Paseo, un trayecto entre la plaza de La Laguna --mentidero local-- y 'la caseta'. Este 'paseo' lo completan una y otra vez hasta que se va el sol y el frío empieza a hacer mella en los propios paseantes. Durante el mismo ofrecen perrunillas y se rifa un pañuelo de serrana y un choto. En Garrovillas se dice que San Antón es una festividad más propia de hombres y que en la de San Blas son las mujeres las protagonistas, y cada vez lo son más.