Muchos jóvenes tienen que emigrar en busca de un nuevo futuro. Ahora viajan con todas las comodidades. Antes de irse ya lo tienen todo organizado para empezar su nueva vida.

Pero esto de emigrar no es nada nuevo. Un claro ejemplo es el municipio de Garrovillas de Alconétar, que en los años 60 contaba con más de 6.000 vecinos y actualmente apenas supera los 2.000 habitantes. A partir de los años 60 y 70, los problemas económicos llevaron a muchos de sus habitantes a coger una maleta (pocos eran los que la tenían entonces) y marcarse un nuevo camino en un dudoso destino.

Esos nuevos rumbos fueron varios por toda la geografía española. Unos migraron al País Vasco. Otros a Madrid. Pero la mayoría de los garrovillanos se fueron a Barcelona, en concreto a un municipio llamado el Prat de Llobregat, donde llegaron a reunirse más de 1.400 de ellos. Allí consiguieron hacer una gran comunidad de vecinos en la que todos tenían una misma añoranza, su ‘patria chica’. Atrás quedaban sus padres, sus amigos, sus vecinos… En muchos casos yéndose solo el cabeza de familia hasta que llegara a tener más o menos estabilizado su nuevo hogar y pudieran volverse a unir el núcleo familiar. Algunos de ellos fueron Carmen Perianez ‘La bovia’, Jesús Jiménez ‘Cuarterón’ o Teodoro Martín ‘El Calvo’.

La existencia de esta extensa colonia garrovillana en el Prat de Llobregat, con ya hasta paisanos de tercera y cuarta generación, fue la que hizo que surgiera la idea entre los Ayuntamientos de Garrovillas de Alconétar y de El Prat de Llobregat de hermanarse y realizar unos intercambios entre ambos pueblos con actividades que hicieran que, paisanos de ambos pueblos, pudieran convivir unos días. Durante varios años, cada dos años visitaba un pueblo al otro. Haciendo que en el corazón de todos esos emigrados, que lo tenían partido entre las dos tierras, la extremeña y la catalana, ocurrieran dos efectos. Que volvieran a brotar bonitos recuerdos en su memoria al pasear por las calles de su pueblo, o que con orgullo les pudieran enseñar a los suyos el lugar donde les acogieron y resurgieron sus nuevas vidas. En 2011 se rompió la costumbre de visitar a su municipio hermano.

Con sorpresa para todos el alcalde del Prat de Llobregat Lluís Mijoler ha anunciado vía Twitter que tendían la mano al Ayuntamiento de Garrovillas para volver a retomar esta tradición. Garrovillas ha cogido esta mano tendida con fuerza para que vuelva a surgir esa ilusión entre sus vecinos. Se muestran dispuestos a retomar estos encuentros tan añorados, que muchos de sus vecinos han estado intentado recuperar.

Un ejemplo de migrante garrovillano es Salvador Hurtado Vecino. El segundo hijo de Emilio ‘Chupón’ y de ‘La Liberta’ (en esta época tuvo que cambiar su propio nombre, Libertad), fue uno de los que se lió la manta a la cabeza y decidió marchase de su querido pueblo en busca de un futuro menos costoso del que le esperaba en Garrovillas a cualquier joven de su edad. Su padre, Emilio, también fue un valiente como él y varios años antes también decidió emigrar. Fue el primer garrovillano que emigró a Alemania en busca de dinero para poder sobrevivir. Una vez de vuelta el cabeza de familia, y con todo lo que pudo ahorrar, establecieron un bar con una pequeña fonda en la plaza de Colón, con lo que pudieron comenzar a respirar. Desde entonces Salvador, junto a sus dos hermanos, se dedicaba a trabajar de camarero en el establecimiento familiar. Pero él a eso no le veía futuro, tenía otras expectativas para continuar en su vida. Se enamoró de Angelines Ramos, la hija de ‘Tortilla’. Ambos no veían cómo poder sacar hacía delante su futura familia, no podían ni siquiera hacer planes de boda y poder conseguir un futuro hogar. Entonces surgió la enigmática frase «¿y si nos vamos? Me han dicho que allí hay trabajo, que allí hay muchos garrovillanos y dicen que algún día podremos sentirnos como en casa». Y así fue, se marcharon. ¿A dónde? Pues al Prat de Llobregat. Allí comenzaron a trabajar, él como funcionario del Estado, ella trabajando en una fábrica. Allí comenzaron una nueva vida, siempre con Garrovillas en su corazón. Allí nacieron sus hijos, y ahora, sus nietos. A todos ellos se les ha educado inculcándoles los vínculos con la tierra que vio nacer a sus padres y abuelos. A esa tierra, Garrovillas, a la que cada año vuelven y se sienten como en casa. En cada viaje repiten lo mismo «qué corto se hacen los mil kilómetros que nos separan cuando vamos, pero qué interminable se nos hacen cuando nos volvemos».