¿Qué tendrá el pan de pueblo que cuando te acostumbras a comerlo cuesta volver a la barra industrial al uso que se vende en tantas y tantas panaderías de la región? Debe ser que huele a algo, sabe a algo y te trasmite algo, no como su triste sucedáneo ‘de mentira’. El problema es que encontrar pan de verdad no es fácil. Pero, cuidado, en Guadalupe hay miga de la buena. Pan de toda la vida, hecho de manera artesanal, sin prisas.

Hornos de siempre, de pueblo, que resisten como pueden a la embestida de la industrialización y que siguen apostando por un producto de calidad. Entrar en la panadería Guadalupe situada en una bocacalle de la plaza, a los pies del Arco del Chorro Gordo, es todo un espectáculo para los sentidos. Es uno de los templos del pan en la provincia y lleva abierto más de 50 años, cuando Félix subió la persiana por primera vez.

Después de jubilarse el oficio pasó a María del Pilar Mendoza Solís, que lleva tres años con el negocio. «Seguimos haciendo el pan con horno de leña de castaño, igual que se realizaba antiguamente», cuenta la responsable de una panadería famosa también por sus magdalenas, galletas, bollos y otro tipo de dulces. «Claro que el cliente aprecia el pan de calidad, sobre todo la gente que viene de las ciudades... pan candeal, pan de viena (este es el que más nos piden los restaurantes, y pan de nueces y pasas, pero este solo lo elaboramos por encargo, (el Parador lo demanda muchísimo)», explica siempre amable a este diario.

Las barras que diseñan ella y Francisca Sánchez, empleada de la panadería. Las dos tienen una legión de fans que cada mañana no faltan a su cita con este manjar. El secreto está en el tiempo y no en la masa. «No hay otra explicación que el tiempo que dedicamos a la producción de pan, que está hecho a mano y con cariño, como antaño», dicen entre risas.

Con las manos en la masa. Interior del horno. ALBERTO MANZANO

El horno es de leña de castaño y es el único que queda en activo en la localidad. Este alimento tiene masa madre, sal, agua, harina de trigo, se amasa a mano y no lleva ningún aditivo químico. Trabajamos todos los días del año menos en Navidad y en Año Nuevo. El horno tiene que estar entre 180 grados y 200 grados y nunca pierde su llama.