El contacto con los vecinos del entorno en los pueblos es un auténtico tesoro, es algo que se debe cuidar porque las personas mayores guardan unas historias y un conocimiento determinante, pero poco valorado y en vías de extinción. El Periódico se desplaza hoy hasta la bella localidad cacereña de Torre de Santa María. En un banco de hierro están sentados dos matrimonios: «¿Qué pasa jóvenes?», preguntamos. 

Domingo Rueda tiene 93 años, los mismos que su esposa Adela Pérez. Él se ha dedicado toda la vida a trabajar en el campo y ella a las labores del hogar, en la agricultura y en todo lo que hiciera falta. Cuentan que ya les han puesto las dos dosis de la vacuna. «Nos encontramos estupendamente, ¿cómo va a tener la vacuna más fuerza que nosotros?», dicen entre risas y carcajadas. Son padres de cuatro hijos y explican que se vive muy tranquilo en la localidad.

Francisco Carrasco Valhondo, de 69 años, está al lado de ellos. Se ha dedicado igualmente a la agricultura. Su mujer es Ángeles Solano, de 68. Tienen dos hijos. «Aquí estamos muy bien con una pensión de 1.500 euros; mejor que queremos», señala Carrasco bromeando. Ahora se pone serio y resalta: «Ya me dirás cómo vamos a vivir con 600 euros de pensión. Después de toda la vida trabajando duro». Están esperando a que les pongan la vacuna «como agua de mayo», indican.

En Torre de Santa María hay alrededor de 500 vecinos. «Somos casi todos pensionistas, aquí apenas quedan jóvenes». En el pueblo existen tres comercios: Laly, Los Ángeles y el Udaco; y dos bares, TioKy y Stop.

Ellos son la fuerza de la vida, la tradición oral, los usos y costumbres rurales y la memoria de esos cuidadores que han sido durante siglos los garantes de la sostenibilidad rural, pura sabiduría sentada y charlando en un banco al sol.