Es la primera mujer jueza de paz en la historia de Malpartida de Cáceres. Desde su tribuna, apela a que se dejen de normalizar las expresiones discriminatorias y utilizar un lenguaje incluyente, que no sea sexista. Defiende el feminismo que no habla de superioridad ni de infravalorar ni discriminar, sino que combate las desigualdades que viven las mujeres, por el mero hecho de serlo. Esta batalla no ha empezado ahora, comenzó mucho tiempo atrás, cuando su abuela se elevó como la representante familiar de un matriarcado que trabajó para defender la lucha y el empoderamiento. Ahora, desde su nuevo puesto, Dolores Plata Chaves trabaja por la conciliación, porque «es preferible -dice- un mal acuerdo que un buen juicio».

¿Cómo recuerda su infancia en Malpartida de Cáceres? 

Llena de recuerdos bonitos. Nací en el seno de una familia numerosa, rodeada de mucha gente. Mis abuelos paternos compraron un olivar dentro del casco urbano, con la ilusión de estar todos juntos. Hacíamos muchas reuniones familiares y celebraciones. Realmente la que tomó la decisión de aquella compra fue mi abuela, la columna vertebral de la familia. ¡Me críe en un matriarcado! tenían los roles invertidos. Entonces a mi abuelo lo que más le gustaba era cocinarnos, nos hacía sopas de tomate, patatas al rebujón, migas, turrón del pobre... Entretenía a los niños, dormía a los bebés... También le gustaba pescar tencas en Los Barruecos. Sin embargo, mi abuela era adelantada a su tiempo. Lideró la construcción del Bar La Cañada, la autónoma era ella (qué bien lo hemos pasado allí... había columpios, mucha gente y los domingos tomábamos chocolate con churros). Recuerdo una infancia rodeada de mis primos, casi todos con edades correlativas, jugando con los animales, porque había de todo, perros, gatos, ocas, pavos reales, perdigones, faisanes, caballos... Yo siempre montaba una yegua que se llamaba Sombra. Mis abuelos maternos vivían próximos, también los he rozado muchísimo, no pasaba ni un día sin verles.

¿Qué pasó luego? 

Más tarde el bar se convirtió en sede de la peña flamenca. Los fines de semana había cantaores y cantaoras en directo, se daban clases de guitarra. Mis primas y yo ayudábamos allí, repartíamos unos ‘flyers’ para anunciar el chocolate con churros de la vaquilla del aguardiente, y hasta emprendí una barbacoa. La gente me preguntaba: «¿Aquí no se puede cenar?» Lo hablé con mi tío Juan, que era el gerente. Él me comentó que no quería más embolados, pero que si me apetecía que lo hiciera, y así lo hicimos. Las siguientes etapas fueron maravillosas. Repetiría casi todos los capítulos de mi vida. Con eso es con lo que me quedo. 

Cómo mujer, ¿puede definir el feminismo?

En mi opinión, el feminismo no habla de superioridad ni de infravalorar ni discriminar, simplemente combate las desigualdades que vivimos las mujeres, por el mero hecho de serlo, no se lucha por ser más, se lucha por ser igual. Existe un techo de cristal que hay que romper, desde la validez y el buen hacer. Quiero igualdad, conciliación, que haya inteligencia emocional desde el colegio. Por otro lado, promover la igualdad de género es esencial en todos los ámbitos de una sociedad sana: desde la reducción de la pobreza hasta la promoción de la salud, la educación, la protección y el bienestar de las niñas y los niños. Es un derecho humano y una política fundamental para algo tan importante como la conciliación familiar. Sin igualdad es imposible alcanzar justicia social. Entre todos podemos lograr un mundo mejor, actuando con sensibilidad. 

Y en este contexto, ahora es la primera jueza de paz de la historia de Malpartida de Cáceres. Siempre incide en que es jueza, no juez. ¿Qué significa para usted el nombramiento?

Así es. En este contexto prefiero que me llamen jueza de paz que juez de paz. Es de lógica. Hay que dejar de normalizar las expresiones discriminatorias y utilizar un lenguaje incluyente que no sea sexista, que se reconozca que si hay un sexismo como base se entienda que podemos tener otras alternativas de comunicación. Soy la jueza de paz sustituta, nombrada en febrero de este año por el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura. Para mí es un honor.

«Una jueza de paz busca conciliación. Es preferible un mal acuerdo que un buen juicio»

¿Qué funciones tiene una jueza de paz? 

Sobre todo la conciliación. Es preferible un mal acuerdo que un buen juicio. En el ámbito penal realizamos todas las diligencias que los jueces de instrucción deleguen en nosotros, por ejemplo, declaraciones testificales, también certificados de defunción, partidas de nacimiento, registro civil, damos de alta a los bebés (eso me gusta, con la escasez de natalidad que existe, es una alegría), también bodas (ya he casado dos veces como jueza).

Y no es su primer cargo. Ha ostentado diversas responsabilidades públicas.

Desde pequeña era la delegada de la clase, llegué a ser la representante de alumnos en el consejo escolar en el Colegio Público Los Arcos. Fui pionera en varios asuntos, presidenta de la asociación ecuestre El Bocado, socia fundadora del hermanamiento que hizo Malpartida con Ayzenay (Francia), la primera mujer directora de la Universidad Popular, la primera mujer concejala de Festejos, Cultura, Agricultura y Ganadería… marcando historia. Siempre he tenido vocación de servicio, quería ser misionera en India, pero me quitaron la idea... Francisco del Moral, un amigo mío, me decía: «Te van a rapar la cabeza…»

«Existe un techo de cristal que hay que romper, desde la validez y el buen hacer»

Además, ha vivido en México.

Lo de México fue un regalo de la vida, un crecimiento personal brutal. Mi familia pensaba que me vendría a casa, pero fui para 6 meses y me quedé un año, tuve que trabajar conmigo misma, para ser una mujer independiente, cortar un poco el cordón umbilical con los míos. Allí hice mis prácticas profesionales, fui becaria de la Universidad de Extremadura, realicé funciones de community manager y relaciones públicas. Supuso un crecimiento personal brutal, una experiencia increíble, un reto. México tiene un riqueza cultural y turística bestial.

También desarrolló su formación en Portugal.

Lo de Portugal siempre lo he querido. Fuera de casa pero en casa, me sentó genial. Era post pandemia. En ese momento mi abuela materna, la única que me quedaba, falleció de covid, fue duro para mí, pero tener una experiencia en Portugal me ayudó mucho emocionalmente hablando. Estudié Técnica Superior en Administración y Finanzas y Grado en Administración y Dirección de Empresa. Actualmente, para terminar un grado necesitas un idioma, yo elegí el portugués. La primera vez me concedieron Évora, aquí al lado, pero ese año trabaje, así que renuncié. Posteriormente estudié un año de mi carrera en la Politécnica de Leiria. Fue una buena experiencia.