Soy LGTB, de la misma forma que soy Ignacio Echeverría o Elfriede Selthemheim. Esa es la cuestión, nos ilustró Shakespeare. Sin tanta pluma, colores y desmesura, la fiesta reivindicativa de LGTB quedaría en lo gris, se oiría menos y los medios de comunicación postergarían su interés.

Hubo mujeres que se amarraron a puertas con cadenas, semidesnudas y chillando, para que las demás podamos atravesarlas vestidas, con tacones y discretamente.

Las protestas más histriónicas, ciertamente son imprescindibles para llamar la atención de nuestro mundo tan ocupado. No me siento identificada con muchos de ellos, por mi condición de persona reservada, aún con latente sentido del ridículo y pudorosa educación sexual, campos en los que trabajo en busca de su extinción; por eso aún con más razones alabo la descarada valentía y aplaudo la osadía y procacidad de la carcajada que esconde en muchos casos dolor encallado. Los que luchan de forma activa en primera línea de batalla por reivindicar unos derechos que pertenecen a muchos, están expuestos a sufrir más heridas de guerra.

Derechos laborales, de igualdad de género, de oportunidades, derechos sociales, libertad de creencia, ... Siento la necesidad de posicionarme de una manera clara y abierta en cuanto al respeto a la diferencia y sus derechos a una igualdad plena. Derechos dentro de una sociedad laica, que excluye requerimientos de religiones que sólo conciernen a sus congregaciones. Necesidad por otra parte basada en el orgullo de secundar la vida de los que quieres. No se debe esperar mucho de los amigos, si deseas que sean amigos durante mucho tiempo, pero siempre algo más que la indiferencia. Estamos aniquilando etiquetas, superando complejos y asistimos a entrevistas de trabajo sin tener que decir si tenemos pareja, un harén o un cuarto que parece un albergue de peregrinos cada fin de semana, pero en ocasiones y en aras de la visibilidad, nos exponemos de forma explícita y yo recelo de que demos un paso atrás. Tanta explicación condiciona.

Me hastía sobremanera el cotilleo y aún más el camuflado entre risas y mala leche. Me aburre la explicación justificativa y no tengo interés por la condición sexual de el de enfrente a no ser que me quiera acostar con él. Los complejos pueden ser acumulables, por lo que nos encontramos que hay mujeres que pueden sufrir machismo y homofobia, hombres que su condición sexual se encuentra fuera de los criterios religiosos en su casa y soportan la presión social en su trabajo, y las peores psicosis de aversión son las que sufren los adolescentes infligidas por los adultos cercanos, en los que buscan una mano firme donde aferrarse y más veces de las que debieran, encuentran hierros candentes.

Los recuerdos se cosen al alma con hilos de aramida, pies de plomo criaturas. Amigos, olviden ser permisibles, que nadie les ha pedido permiso para nada, limítense a respetar y no juzgar que para eso está Grande-Marlasca; él juzga al pueblo y su familia le juzga él, la vida siempre tan canalla. Si quieres saber si estás seguro de ti mismo, de tu condición, de tu libertad y de tu vida, pregúntate si la condición, la libertad o la vida de alguien te intimida o molesta. Si es así, rebusca en tus miserias cuando nadie te vea y enfréntate a tu espejo. Sólo cuando la grandeza y la libertad del otro te inspire y no te intimide, tú serás libre. "Gran parte de los prejuicios se sustentan en cimientos de barro.(...) Sería estupendo que no hicieran falta tantas heridas ni tanto peso para poder afrontar situaciones como esa. Se precisa medicina preventiva en la escuela, una educación en la igualdad; lo repetiré hasta quedarme ronco" Ni pena ni miedo. F. Grande-Marlasca M.J.Trinidad Ruiz www.trinidadruiz.com