En estos momentos convulsos de trágicos sucesos en contra de la vida humana, donde incluso se puede dejar de creer en nuestra condición, cuando unos cuantos deciden que por creencias religiosas, ideológicas o políticas, algunos hombres no deben estar vivos, merece la pena acordarse de personas que han sido un claro ejemplo de humanidad.

Leopoldo Izquierdo Muñoz ha fallecido el día 22 de agosto de 2017, hijo natural de El Torno, un pueblecito cacereño en el Valle de El Jerte, donde nació el año 1929. Hijo de maestro comprometido con el pueblo (su padre tiene dedicada una calle a su memoria), él también ejerció de maestro en el pueblo durante unos cuantos años, incluso con 17 años, que era cuando antes terminaban los estudios y desde ese momento su vocación fue creciendo en todos y cada uno de sus destinos, no solo con todos los niños que tenía en la escuela, a los que impartía clases desde primaria hasta bachillerato en todas las asignaturas, sino con los adultos, a los que con una vespa se iba a alfabetizar, cuando acababan las clases. Nunca entendió de clases sociales, partidos políticos, ideologías, creencias religiosas, ni demás, siempre veía en todos a la persona, en la que siempre pensaba para saber de qué forma podía ayudar. Su manera de ser humilde y sencilla, le granjeó siempre la amistad de todos los que le conocían y la gratitud de quienes veían que, sin esperar nada a cambio, les ofrecía la posibilidad de ampliar sus horizontes y su formación, porque creía sinceramente que la educación producía mejores personas que podían aportar mejoras en la sociedad.

¡Qué difícil ver a Leopoldo enfadado!, parco en palabras, sin embargo podías mantener con él, conversaciones interesantes de educación y de cultura y siempre, sin perder la seriedad, te contaba anécdotas de la escuela o de su vida personal que te provocaba la sonrisa, cuando no una carcajada profunda. Leopoldo ha sido también un ejemplo clarísimo de lo que es el AMOR con mayúsculas: a la escuela, al pueblo, a la vida, a su familia y sobre todo a su mujer Petra Rodríguez, a la que en 72 años de conocerse no ha dejado de querer un solo instante, en los buenos momentos y en los no tan buenos, en los que ha llegado la enfermedad o en los que han conocido a sus nietos y sus bisnietos, de los que se sentía enormemente orgulloso. La palabra bisabuelo le gustaba muchísimo. Siempre la palabra cariñosa para todos y hasta en sus últimos días, las flores que llevaba a Petri, cuando volvía de sus paseos. No puedo dejar de recordar todos los momentos maravillosos que he pasado con él y cómo me transmitió su otra pasión, después de terminar sus más de cuarenta años de servicio a la escuela: su pueblo El Torno.

Cuántas veces he presenciado cómo le cambiaba el semblante y hasta la voz, cuando desde la carretera de Plasencia a El Torno, veíamos la silueta del pueblo y sabía que pasaría una larga temporada allí. Durante veinte años vivió en el pueblo, cultivando una pequeña tierra: “El Cerrao”, como se conoce cariñosamente, donde después de haber dedicado tantos años a la educación, sintió el amor a la tierra, a la que mimaba como lo había hecho con la escuela. Su gran deseo, que vio cumplido, era aprender de la gente del campo a cultivar todo tipo de frutas y hortalizas, que todos pudimos disfrutar por su maravilloso sabor (que decir de sus inimitables higos secos que no tenían parecido con nada en el mundo) y ese cuidado que ponía cuando recogía lo sembrado y cuidaba las matas siguientes, y que te hacía sentir y te transmitía cuando estabas a su lado.

Leopoldo Izquierdo Muñoz creía en la vida, en la naturaleza humana, en el amor y supo transmitirlo al ser un gran ejemplo como esposo, padre, abuelo, bisabuelo y hasta padre político (no pude conocer a nadie mejor). Descanse en paz, ha llegado el momento de recoger todos los frutos de lo sembrado en la vida y él supo claramente que no eran las riquezas, ni el dinero, sino aquello que uno se puede llevar a la otra vida: el amor y el reconocimiento sentido y unánime de todos los que tuvimos el inmenso privilegio de conocerle.