Francisco Javier García Muriel

Cáceres

En la jornada de hoy, 21 de abril, se cumple un año de la muerte de Vicenta Muriel Pérez, mi madre, en la Residencia Asistida de Cáceres. Fue un mes en blanco y negro, un mes de esperas al teléfono, aguardando recibir una llamada bien de esperanza o quizás, lo peor, de un final triste y doloroso.

Mis hermanos y yo dejamos a mi madre un mes de octubre de 2017 en la Asistida. Es una de las experiencias más duras que le pueden pasar a una persona. Por la cabeza se te pasan muchos pensamientos, muchas sensaciones, que si la has abandonado... Durante los primeros meses te vas haciendo a la idea de que tu madre está allí bajo la tutela del Estado, que vela por su seguridad y su salud. Poco a poco vas asimilando la nueva situación, vas haciendo amistades y conociendo a otras familias, tomas café con ellos, vas cogiendo cariño a otros residentes... 

Llegó el 14 de marzo del 2020 y entró el virus como un elefante en una cacharrería. Lo que todos sabemos es que el Estado no supo proteger ni cuidar a estos abuelos tan vulnerables. De la cuadrilla del café de la tarde han fallecido todos, o casi todos. Fue terrible. Durante el mes de abril, los cuerpos se amontonaban en la morgue de la Asistida, sólo se veían coches fúnebres en la puerta, mañana, tarde y noche. 

Ni siquiera pudimos despedirnos, darle un último beso, una última caricia, nada de nada. Metieron su cuerpo en dos bolsas, se precintó el ataúd y en 21 horas la incineramos. En el cementerio continuó la pesadilla, la situación surrealista. De los cuatro hermanos junto con cuñadas, sobrinos y demás familia, sólo nos dejaron entrar a cuatro. Un párroco rezó una oración y todo ello sin poder abrazarnos, lejos unos de los otros.

Esta misma escena la hemos vivido miles de familias en toda España, que tenemos una herida con llagas sin cerrar. Cada día se te viene a la cabeza, es un ‘run run’ constante. Se fueron grandes personas, luchadoras y luchadores, la generación del pan negro y de los pies descalzos, de una niñez sin lujos, de una vida fregando el suelo de rodillas, de interminables jornadas de trabajo, sin vacaciones. 

Ellos levantaron esta tierra con sus manos, la España del bienestar, de los derechos y de un Estado que no supo protegerlos. Las cifras hablan de más de 30.000 fallecidos bajo el cuidado de una Administración que les dio la espalda y que ni siquiera pudo brindarles un adiós digno. Sirvan estas palabras de sencillo homenaje a las miles de Vicentas que han fallecido en este año aciago.

Siempre estaremos contigo, madre, estés donde estés.