Salaya recuerda a esos niños con un juguete que les ha sido dado, y que se saben poseedores de algo que no saben cómo usar pero en cierta medida saben que es importante, al menos para el resto. Para él el juguete es Cáceres. Lo puede pintar, tirar contra la pared e incluso romper. Sin más reprimenda que la de su propia conciencia. Pero los niños no la tienen desarrollada. Y entienden en su candidez que las meras recomendaciones o peticiones sirven para crear hechos, una forma de llevar cualquier empresa a cabo que se da con otra más tenaz llamada realidad.

El Womad que exhala estertores en la única ciudad que aún mantiene el festival, se convierte para foráneos en una maravilla y para muchos de los autóctonos en una pesada carga que «roba» durante unos días la ciudad a quienes en ella viven. Ahora nuestro alcalde les ha pedido a quienes acudan que no hagan botellón, una forma de inversión muy atractiva al turismo y sin duda económicamente beneficiosa, pero que no se prohibirá de forma expresa. Sin duda el ‘chico’ lleva los temas de adultos, la gobernación de la ciudad, como un patio de recreo.