A veces y sin venir a cuento nos topamos de manos a boca y sin querer «con la iglesia» cuando pretendiendo una cosa, encontramos otra bien diferente. «Con la iglesia hemos topado», solemos decir en esas ocasiones, (aunque en el Quijote, como sabemos, dice, «con la iglesia hemos dado, Sancho»).
También sabemos que el significado que Cervantes da a esa frase es literal. Pero con el tiempo, hemos cambiado dicho significado aplicándole connotaciones muy distintas, que vienen, no obstante, como de molde.
Vamos a oscuras en busca de los alcázares de Dulcinea y nos encontramos, tan sin pensarlo, con la figura mal aderezada (por emplear términos y palabras del Quijote, al haberlo traído a colación), de una tosca aldeana montada en un burro.
Y tras este preámbulo conviene ir al grano y, por poner un ejemplo, tan común como manoseando a estas alturas, aunque no por ello menos eficaz, diré que siempre esperamos que el gobierno (¿de quién íbamos a tratar, si no?) cumpla sus promesas, (no éste, sino cualquier gobierno), confiados en las elocuentes palabras y en las frases tan «floridas» como retóricas que los candidatos dicen en los mítines electorales, y al final nos encontramos con unas migajas de lo prometido, que no alcanzarían ni para alimentar a un canario. Porque verdaderamente nos gustaría escuchar la verdad pura y llana de quienes nos gobiernan, o pretenden hacerlo, y no vivir de utopías.
Pero a mí me da que no escarmentamos y, como el caballero loco, hacemos una, dos y tres salidas al patio de nuestra «ingenuidad», y seguimos creyendo todo aquello que nos prometen.
Pero sabemos, sin embargo, que no hay que pedir «cotufas en el golfo» ni « peras al olmo».
Así que no topemos tan a menudo con la iglesia, ni tropecemos siempre en la misma piedra, ni nos creamos sin más ni más todo lo que nos quieran contar quienes pretenden nuestro voto, que no es sólo, como debiera ser, para ayudar al pueblo, si son elegidos, (creer esto sería el colmo de la ingenuidad) sino para llegar al poder, como es natural. Y una vez en el poder, allá se verá.
Con la verdad por delante, como suele decirse, se llega lejos o no se llega. Pero, al menos, no nos despeñaríamos por abismos imprevistos, pues ya estaríamos prevenidos.
De tal manera iríamos por derecho y sabríamos a qué atenernos para no encontrarnos al final con una encantada y descompuesta Dulcinea a la vuelta de la esquina.